Antes, mucho antes de que los novedosos movimientos feministas –error craso pues todo lo que termina en ista es radical-, que en realidad debieran denominarse movimientos femeninos, de entre aquella espesura machista que caracterizó nuestra Patria durante gran parte del siglo pasado, siempre hubo alguna que otra mujer que plantó cara al feo asunto y enarboló la bandera, no del feminismo, sino de la femineidad, e invadiendo descaradamente los cotos exclusivos en manos del machismo recalcitrante camparon por sus respetos y sus reivindicaciones. Quizás el ejemplo más al uso se refiera a María Moliner, que se quedó a las puertas de la Real Academia precisamente por ser mujer, pero que nos legó el que sin duda es el mejor diccionario de nuestra Lengua, el Diccionario de uso del Español.
En nuestra ciudad, una mujer valiente, trabajadora, luchadora, gran persona y, encima, pobre de pobreza extrema, invadió los terrenos del machismo, y sin hacerse hombre, siempre desde su condición de mujer, desempeñó tareas duras, sólo reservada a los llamados machos ibéricos. Ella, con su ímpetu, con su enorme capacidad de trabajo y sacrificio, ganó a todos la partida: posiblemente en las tareas estibadoras del puerto ayamontino no haya existido nadie tan eficaz y constante como Cayetana García Aguilera, nuestra siempre querida y admirada “Catana”.
No había trabajo, por duro que fuese, que la “Catana” rechazara, verla agarrada a las varas de los antiguos “carros de la Castela” acarreando fardos de sal, garlitos de mechillones, bidones de aceite y toda clase de mercancías, era quizás su estampa, su figura más genuina.
Le tocó vivir una época dura, difícil, de escasez de oportunidades, y no pudo triunfar en algo que hacía maravillosamente: cantar. Sí, por para quienes no la conocieron y la ven ahora anciana y parsimoniosa, Cayetana era una gran cantante de flamenco. Yo la concí desde niño, cuando sentado a la puerta de mi antigua casa del Peñón, la veía subir, descalza, después de un día duro y penoso de trabajo, silbando de tal guisa que hasta los pájaros guardaban silencio para oirla.
Hoy hemos de reconocer que nuestra querida “Catana”, además de luchadora, trabajadora, sacrificada, cantaora frustrada por falta de oportunidades, y que silbaba como cantan los ruiseñores, ha sido siempre y sigue siendo, una buena persona. Es la primera mujer que entra en este especial club de la buena gente de Ayamonte. Bienvenida, Cayetana, estás en tu casa.