LA BUENA GENTE DE AYAMONTE. José Antonio Gil Fernández, Pepito Bustamante.
En muchas ocasiones, cuando me refiero al viejo Instituto Laboral de la Cuesta la Merced me entran ganas de llamarle “el Semillero de la Amistad”, porque con independencia de los hijos ilustres que parió en sus viejas e incómodas aulas, lo más importante de todo fue las grandes amistades que germinaron entre sus muros y que aun hoy perduran con fuerza irresistible.
Entre esas amistades inquebrantables hoy toca referirse a una de ellas que me acompaña desde entonces, la de José Antonio Gil Fernández, Pepito Bustamante, el alumno, el alevín de la Rondalla de la Milagrosa, el defensa izquierda del equipo de fútbol del Instituto, con Palmero de central y Feliciano en la derecha, el hijo, nieto y padre de guitarristas, el esposo, el padre, el abuelo, imperturbable en sus modos, en su generosidad, y sobre todo pàra mí, en la amistad.
Pepito Bustamante es ejemplo de vida, se cuida como él solo, anda y anda, patea sin cesar las calles ayamontinas con lógica ilusión de mantener los parámetros de la salud en orden. Nunca le he conocido vicio –más que el de la ingesta de polvorones cuando la Rondalla cantaba por las casas-, pero sí virtudes.
Amante de la música, como su abuelo, como su padre -el inolvidable maestro Bustamante-, lleva años en la coral polifónica, y a mí me place compartir con él la preparación y puesta en escena del canto de la Salve Marinera todos los martes santo.
La vida, que nunca nos separó más que en la distancia, hoy nos une más todavía a través de la descendencia: su hija Pili, mi hija Mary Trini, su nieta Violeta y mi nieta, Lucía. Son amigas inseparables, y espero y deseo lo sean a lo largo de la vida, de la larga vida que les queda, y que esa amistad sea aun mayor de la que siempre nos unió a Pepito Bustamante y a mí.
Hace unos días, al pasar por la puerta del club “Buena Gente de Ayamonte”, me paró el Prior de la Orden Hospitalaria -que estaba en la puerta, no en la cantina-,y me preguntó cuándo les iba a mandar a su vecino Pepito Bustamante. Le contesté que en breve.
Pues ahí lo tienes ya, hermano prior, cuídamelo.
12 comentarios
antonia -
Manolo Cruz -
Uno de la Rondalla -
El Núñez, Ayaba -
Anécdota para suavizar, sabes que un día tu abuelo fue con la orquesta a tocar a un pueblo y le regalaron un caballo de verdad, y se lo trajo a tu padre, lo pusieron en un corral que tenían en la casa de al lado, disfrutamos mucho con el caballo, pero a los pocos días tuvieron que devolverlo, se dieron cuenta que el animal necesitaba muchos cuidados.
Saludos
Pili Gil -
Y ahora, para D. Trinidad Flores Cruz, muchísimas gracias por tan entrañable artículo sobre mi padre. Aún no sé si lo habrá visto, porque aún no he hablado con él, pero seguro que le habrá encantado. Primero mi abuelo y ahora mi padre... Muchísimas gracias :)
Me encanta leer estas historias
Ayaba -
Señor Manolin, la casa de Pepito siempre estaba abierta, los niños nos sentábamos porque aquel escalón estaba hecho a la medida para sentarse, y no era uno eran dos, el segundo ya estábamos dentro de la casa, no había capitán, los Bustamante apreciaban a todos, aunque eso si a mi un poquito más, yo era el niño mimado de los Bustamante, Los Seguras y de Pepe el cabo.
Allí formábamos cada una, Pepito se acordara de Amanda, la que liaba con la hija, que luego esta fue la esposa del Besugo que vendía pescado y vivían me parece en la calle Tarpeya.
Saludos
Manolin López Aguilera -
Siempre que pasaba por su puerta habían chiquillos sentado en su escalón, el Ayaba seria el capitán.
Saludos
el Padre prior de la Orden de los Hermanos Hospitalarios -
salu2s
Uno del casino -
Saludos
Barrilero -
Manuel -
Saludos
Juan Manuel Núñez Gozález -
Que voy a decir yo de Pepito, si son tantos y tantos recuerdos, que se agolpan de mi infancia, recuerdos de día a día, mi vecino de enfrente, la calle Martes éramos una familia, se escribiría un libro de muchas paginas.
A finales de los cincuenta se fueron a vivir a la calle Sevilla, tuvieron que preparar la casa claro esta, pintarlas allí estábamos ayudando mi primo Rafael y yo, en aquel tiempo hicieron lo del mirador del Gurugú, recuerdo que Pepito que dibujaba bien, me pinto, me hizo un dibujo.
Luego claro esta de mayores ya nos veíamos poco, pero siempre que nos vemos nos da alegría, la amistad perdura siempre.
Saludos