ANECDOTARIO AYAMONTINO. Las campanadas de fin de año del Catarro.

Corrían los años noventa, si no recuerdo mal, y Rafael González era concejal en el Gobierno municipal de Isaias Pérez Saldaña, “con el que se llevó tan bien posteriormente”. Cosas de la vida.
Nadie sabía cómo Rafael González había llegado a concejal, y mucho menos como terminaría siendo alcalde, quizás con Narciso Martín Navarro el más populista de todos los alcaldes ayamontinos. Hay quien lo comparó con Adolfo Suárez por aquello de ser elegido por descartes de otros. No sería de extrañar, es una situación que se repite con frecuencia en los cargos electos.
Posiblemente el éxito político consistió en, además de llamarse Rafael González, apodarse el Catarro. Porque en verdad quien empezó muy pronto a destacar por su actividad frenética no fue González, sino Catarro, o Patalingue, que también lo era, y a mucho orgullo.
Resulta que un año el Ayuntamiento decidió que las uvas de fin de año se las deberían tomar los ayamontinos en la Laguna al son de las campanadas del reloj muncipal. Pero el reloj no funcionaba, quiero decir que no daba las campanadas.
Mas ahí estaba el Catarro, relojero improvisado, que se llevó trescientas horas tratando de arreglar la cosa. Y durante todo el día aquel perezoso reloj, domado por el intrépido concejal, dio miles de campanadas, una y otra vez, las dos, las tres, las cuatro...las que fueren necesario.
Todo estaba pues, a punto para el momento cumbre en que el año se despide y amanece uno nuevo. Mucha gente en la Laguna, para tomar las uvas y para comprobar la hazaña del osado concejal. ¿Y qué ocurrió?. Pues lo que muchos ayamontinos contemplaron y lo que muchos de ustedes ya de están imaginando: el reloj se vengó del Catarro, de su tusudez, y llegado el momento se negó a dar las campanas.
Pobre e iluso reloj. Pensó que había ganado la batalla. Pero he aquí que Catarro-Patalingue, una mezcla explosiva de amor propio, se subió raudo a la azotea del ayuntamiento y, martillo en mano, él mismo dio las campanadas. El reloj enrojeció de ira, y desde entonces no sólo da las campanadas sino que además las ameniza a los sones del pasodoble de Ayamonte.
Perdonen si me ha fallado la memoria en algún momento de este relato anecdótico, pero globalmente así sucedió.