Cuando Julio César compareció ante el Senado romano para informar de su victoria sobre Farneces II de Ponto en la Batalla de Zela, pronunció la famosa frase que terminó trascendiendo hasta nuestros días: veni, vidi, vici. Llegué, vi y vencí.
Siglos después, unos osados, intrépidos, audaces jóvenes ayamontinos, abrieron de par en par las puertas de un templo en estado casi ruinoso, y sin pensarlo dos veces dijeron algo parecido que el general romano. Llegaron, vieron, y el tiempo, que es juez inequívoco, nos dice que también vencieron. Y vaya que si vencieron, y de qué manera. Empezaron casi de prestados y hoy acumulan un patrimonio que asusta y es envidia de algunos que presumiendo de cofrades rancios, no les llegan a los tobillos.
Pero el elemento principal del patrimonio de estos intrépidos cofrades es sin duda el trabajo, la constancia, la mesura, aunque no lo parezca, la fe en el día a día, en sus proyectos, en el calado que desde el primer momento lograron en la sociedad, especialmente entre la juventud. Arrasan en todos los acontecimientos que organizan. Aforo completo. Siempre.
Líderes en audiencias, en asistencias, en seguimientos, en espectativas. Y también, que todo hay que decirlo, en algo que es consustancial con el mundo cofrade: la novelería, el pamplineo. Que hay que darle al llamador con guantes, pues se hace y litos; que hay que entrar en Tribuna Oficial al revés, pues se hace y listos; que hay que cruzar la Laguna, pues se cruza y listos; que hay que pasar varias veces por el mismo sitio como el Guadalquivir por Lora del Río, pues se pasa y listos; que nos empeñamos en romper tradiciones y nos traemos una banda de cornetas y tambores de la vieja Castilla, pues se trae. No faltaría más.
La de estos intrépidos no es una forma más de hacer cofradía, es la forma genuina de hacerlo, ni más ni menos. Unas hermandades nacen de una ideología concreta aunque con el paso del tiempo lo nieguen; otras nacen en el seno de una familia; otras desde la cartera; otras desde su particular ave fenix. Y en este caso, desde la ilusión y el trabajo, que hacen que todo parezca posible.
(En una ocasión en que nuestro equipo de fútbol profesional pasó por malísimos momentos que hicieron pensar incluso en su desaparición, dijo uno: que se hagan cargo los del Lunes y veréis como lo sacan adelante).
Aunque aparentemente lo hacen todo a bote pronto, precipitadamente, ocurre todo lo contrario, y el sin prisas pero sin pausa es su eslogan. A lo largo de los cuarenta años transcurridos desde la fundación de la hermandad, algunos fundadores, algunos viejos cofrades, algún que otro capataz, han ido quedando en el camino. Las discensiones en todo tipo de asociacionismo siempre han estado a la orden del día. Al final, como en la teoría darwiniana, siempre quedan los más constantes, que precisamente por ello terminan siendo los más fuertes, los grandes supervivientes.
En esta querida hermandad, "los Alberto" representan a la aristocracia del evolucionismo de esta especie cofrade. Son tal para cual. Se han ido turnando en los cargos, pero siempre han estado en la cúpula, en la cima de la pirámide. No sé si las medidas las tomaron de forma mancomunada o solidaria, pero sí me consta que siempre juntos, de acuerdo. Pudieron con todos sus oponentes, sobre todo con aquellos que llegaron a servirse de la hermandad, no a servirla, y que hoy, desde la más despreciable felonía hablan mal de ella.
Han pasado, está a punto de ocurrir, cuarenta años desde la fundación, y l"os Alberto" han considerado que les ha llegado la hora del prudente retiro. No se van, que los grandes cofrades no se van nunca, simplemente se retiran de los cargos de gobierno para dejar paso a la nueva generación, aunque las malas lenguas digan que siguen mandando en la sombra, que han puesto en su lugar muñecos de paja, y que en las noches silenciosas en el templo mercedario se oyen ruidos de sables. No es cierto, es más, me apresuro en afirmar que es absolutamente mentira. Así me lo asegura una antigua dama de la Plazoleta, a la que creo a pie juntilla.
"Los Alberto" dejan encima de la mesa, no sables que hagan ruido; dejan experiencia, mucha y buena experiencia madurada a lo largo de la Pasarela Ribera del trabajo y del sacrificio, que lógicamente hará que los nuevos los requieran en algunos momentos para demandarles un consejo, una opinión. Eso es todo, lo otro es pura maledicencia.
Ahora se dispondrán a celebrar el cuarenta aniversario fundacional, pues aunque el cuarenta no es número de celebraciones, seguro que algo harán: la novelería no puede cejar a estas alturas. ¿Veremos esta próxima Semana Santa recogerse la hermandad subiendo la Gran Vía camino del templo?. De "los Alberto" y sus gentes todo es de esperar.
Al final, después de cuarenta años de ilusiones, constancia, trabajo, mesura, viéndolos juntos nos parecen hasta hermanos; tantas veces viéndoles juntos parece como si llevaran gabardina, como aquellos primos, magnates de las altas finanzas; cuando no están solos también están juntos, acompañados de dos mujeres extraordinarias.
Son el último vestigio, nada de fósiles, de una increíbe odisea cofrade. Son, sencillamente, los Alberto del esparto.