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Mojarra Fina: El Blog de la Mojarra Fina Ayamontina

Ayamonte, un callejero muy particular

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. El Estero.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. El Estero.

Decía un cordobés afincado en Ayamonte, que los ayamontinos teníamos la suerte de que al pueblo “se entraba por el centro”. Y enseguida se refería al inconfundible paisabe urbano de la Avenida y el Estero, sustantivos que, aun siendo de clase gramatical común, los escribo con mayúsculas porque en nuestra ciudad basta con decir el Estero o a la Avenida, o el Paseo, o el Muelle, para saber a qué nos referimos. Aparte vendrán  el estero o caño de la Mojarra, la Chaveta, el estero de Canela, la avenida de la Constitución, la de Narciso Martín Navarro, etc.

Tenía razón aquel cordobés ilustre, veterinario, profesor, entrenador y sobre todo, gran tertuliano, que fuera don Hedilberto Vázquez. Porque nada más entrar en Ayamonte, no sólo dejamos atrás el Banderín con su Paseíto; es que, de inmediato, pasada la curva del astillero del señor Zamudio, “el Lobo”, hoy rotonda de “Los Miguelitos”, nos damos de frente con el que quizás por esa circunstancias de ubicación, sea nuestro primer y más llamativo santiseña: la Avenida y su Estero.

Para aquellos ayamontinos que no pudieron adquirir mi novela “El regreso de Domingo el Bacalao”, por su lejanía, por los muchos años que pasan sin volver a Ayamonte, voy a transcribir parte del preámbulo de aquella novela en lo que concierne a tal emblemático entorno:

“Desde la curva del astillero del señor Zamudio, dejando atrás la “Casa Colorá”, circula despacio un taxi negro y cúbico; en sentido contrario, un viejo volquete tirado por una mula rumbro a una pedrera o a un horno de ladrillos. Han abierto sus puertas las tabernas de el Lana y el Adoquín, el bar de la Gasolinera; la Cepa, el Túnez y el vetusto Rancho Grande.

Antonio Campos, Campito, y los hermanos Castelo abren sus barberías, mientras los chiquillos de la escuela de los Marinos esperan en la puerta del centro la llegada del enésimo maestro interino, que de llegar, lo hará de entre los pasajeros del tren de la mañana.

Los galeones aparecen anclados en el Estero junto a sus acostaos y las canuas mechilloneras...”

Ya no queda mucho de aquel paisaje urbano. Pero parece como si nuestra Avenida, de la mano del Estero, no cambiara nunca, sigue siendo igual de bella, incomparable. El Estero ha cambiado mucho, ya no corre tan libre como antes, ahora lo hace un poco afiaxiado bajo dos puentes que se conformaron como esenciales para nuestra expasión urbana a los terrenos pantanosos de Santa Gadea y para la comunicación con Canela y la Punta.

Ni el Zamboro ni el Guinga pescan ya con las manos anguillas y lenguados; ni el Cepa lanza las nasas durante la noche para ventilarse las tapas en su taberna; ni los pescadores de aparejos pasan las noches de verano esperando coger un buen rancho de anguillas para degustarla en guisos con papas en amarillo; ni están los galeones, ni los acostaos, ni las canuas, ni los botes, ni las pateras.

La vida cambia, y el paisaje urbano también. Pero el Estero sigue  ahí, emblemático, familiar, santiseña de bienvenida. Y la luz del atardecer lo saluda con toda generosidad reflejando en sus aguas la belleza de un parque precioso y celosamente cuidado.

Señor forastero, por favor, quítese el sombrero, o la gorra, o lo que lleve puesto, o si acaso haga el gesto por si va destocado, que voy a presentarle algo muy especial, algo que forma parte de la más pura esencia de Ayamonte: aquí, la incomparable Avenida, la llamen los políticos como la quieran llamar; y aquí, de su mano, inseparable, un aprendiz de río: el Estero, sin más. Y no vaya usted a creer que está soñando. Es que es así, como siempre ha sido, el santiseña de nuestra más que acreditada hospitalidad.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. Calle Real, de Sanchito a Rompeculos.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. Calle Real, de Sanchito a Rompeculos.

Será difícil encontrar un pueblo español que no presuma de tener una “calle real”. La calle real, que proviene de realeza, de lo mayestático, viene a ser sin duda la calle principal de las poblaciones, generalmente peatonal. En muchos lugares es cierto que tienen nombre distinto y propio. Por ejemplo, en Huelva, calle Concepción; en Sevilla, calle Sierpes; en Vigo, calle Príncipe. Y en otras ocasiones el adjetivo real viene a componer el nombre completo de una calle. Así, en nuestro Ayamonte la calle Galdames fue en tiempo denominada Real de los Galdames.

Se enfrentan dialécticamente dos ayamontinos. Uno, meticuloso; el otro, vivalavida. Dice el vivalavida –hoy passota-: la calle Real y la calle Cristóbal Colón es lo mismo. Y  le contesta el meticuloso: pues no. Mira, la calle Real es la que va desde la esquina de Sanchito hasta Rompeculos; y la calle Cristóbal Colón es la que va desde la esquina de Sanchito hasta el Convento. Lo que pasa es que la calle Real también se llama Cristóbal Colón. El vivalavida le contesta: passsso. A mi me lleva usted a la calle Enrique Villegas, pero no al tramo que le robaron a un médico ayamontino ejemplar, sino al otro, donde están las “boticas”.

Los paisanos de Alosno cantan a su calle Real un precioso fandango: “calle Real del Alosno, con sus esquinas de acero, es la calle más bonita que pisan los alosneros, calle Real del Alosno”.

En Ayamonte, la calle Real es santiseña de centro de la ciudad, de ahí que como decimos los ayamontinos, “to el mundo no puede vivir en la calle Real”. Aunque, bien vista la cosa, hoy vive gente como el Mayo, o sea, que nuestra calle Real se ha “plebeyizado”, porque mi amigo Mayo, aunque sea del PP, es edil plebeyo, como todos.

La incomparable postal antigua que tenemos a la vista impresiona. Nadie pensaría que esa calle es de un pueblo, que a la sazón andaría alrededor de diez o doce mil habitantes. Unas balconadas de prestigio, un ambiente francamente capitalino, efervescente, que denota una actividad comercial envidiable. A pie de suelo, un extraordinario mundo comercial y de servicios: Sanchito, el Buen Gusto, Casa Reyes, Casa Estévez, el Banco Central, cuando tener una sucursal de un banco era un lujo, Cofradía de Pescadores, Consulado...

No es que nuestra calle Real de ahora no sea atractiva, que lo es. Por mi gusto, eliminaría tanta bisutería y pondría una buena pastelería, como antaño, porque no es lo mismo una pastelería que una cafetería que sirva pasteles. Y un taller de relojería por si renacen personajes del prestigio profesional y humano de Pedrito el relojero y de Paulino. Y un tablón donde se anunciaran las películas del día, sin censuras, señal evidente de que había vuelto el cine a nuestra ciudad. Y por qué no, una tienda de lozas, con el Neneíque en la puerta salundado a los transeuntes como hacía su inolvidable padre, Enrique el Locero y posteriormente su hermano Asdrúbal. Y una botica, en lugar de una farmacia, con Casimirito pretendiendo a la hija del dueño. Y un taller de radio, con un Jopeja arreglando aparatos escacharraos. Y una zapatería como la de Alonso Delcán, epicentro del mojarreo de la calle. Y una droguería con el Canario vendiendo champú verde en bolsitas de plástico. Y escapularios en Jesusa, y abanicos en Sanchito. Y el maestro Moñito enseñando el oficio de barbero al inolvidable Pepe el Gorito...

Calle Real, la calle eternamente prestigiosa de un pueblo que se niega a admitir nada que no sea puro prestigio.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. La Cuesta de Morillas: pellizcos y suspiros.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. La Cuesta de Morillas: pellizcos y suspiros.

Siempre has estado ahí. Para lo bueno y para lo malo. Para la despedida de penas y nostalgias, de emigración a tierras lejanas y futuro incierto. Y también para el regreso al cabo de los años. Alfombra roja de bienvenida, eco de suspiros largamente contenidos, patena de lágrimas de emoción.

Junto a tu inseparable cañaveral, el de todos los tiempos, el de todas las generaciones, abrigaste siempre la esperanza en la vuelta de tus hijos ausentes. Por la “Verabajo” llegan ruidos de trenes que escupen carbón vaporizado que asusta a una boda de pájaros, mientras la Tuta y la Casita Blanca se miran y te miran de reojo. En tu piel de alquitrán quedaron lágrimas de dolor y lágrimas de alegría. De dolor por la ida; de alegría por el regreso. Tus perennes vecinos, la familia Madera, vio partir a muchos paisanos, y también, en días claros de esperanza, los vio regresar.

Decía  el  letrero de la pared de la casa del “Peoncaminero”, que aun faltaban cuatro kilómetros para llegar: “A Ayamonte 4 km”. Nadie pudo nunca creerlo. Porque  al  final de tu bajada el pañuelo de la patria chica se desdobla y llega al alcance de la vista la Casita Blanca y la Tuta; el viejo Matadero; los restos del Campo Cardenio; la planicie de barro seco  rodeada de retamas del Campito Fortuna; el Tiro de Pichón; la Casa cuartel de la Guardia Civil; el Estadio Municipal; las cocheras, las tapias, los vagones de la Renfe... Todo aparece cuando al final de la bajada  giras suavemente a la derecha saludando al cañaveral y a la verita abajo.

Y en ese momento, el suspiro, el hondo suspiro que desahoga una nostalagia de años y que antes más que suspiro fue pellizco en el alma. Algunos cometieron el error de llegar por la autopìsta. Esos no suspiraron. Porque el pellizco del  dolor de Ayamonte está en ti, sólo en ti. Y también el suspiro, más hondo aun, del reencuentro.

Desde la verita abajo ya no llegan ruidos de trenes. La Tuta ha sido sabiamente rehabilitada. La Casita Blanca ya no es lo que era. El Matadero es ahora un comedero de oportunidades... te queda el viejo cañaveral, la verita abajo y las viejas  casas de los Madera y de los García. Y el pellizco de los que se van. Y sobre todo, el suspiro, el hondo, sentido suspiro de los que regresan.

Nadie como tú, querida Cuesta de Morillas, sabe en Ayamonte de pellizcos y suspiros. En tu alma de alquitrán los guardas por cientos, quizás por miles.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. El Solá, o la belleza inquebrantable.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. El Solá, o la belleza inquebrantable.

Los nuevos magos, los del cemento y el ladrillo, camuflados con capa de encantadores, revestidos de luminarias a pilas, que ni siquiera se inmutan con el fulgor de un atardecer de llamas y rescoldos sobre una patena de aguas mansas, decidieron un día, previo acuerdo infuso y diabólico, echar paños infames de hormigón disfrazados de muros encalados sobre un barrio de tejados musgosos, de gatos domiciliados, de pana sudada, de bravas espigas, de olor a tahona añeja, de aguas frescas de manantiales urbanos, de torre y espadañas, de viejas escuelas, de vinos bebidos a tropezones, de brocales de pozo gastados por  cuerdas en manos de rudas y bellas mujeres, de baldeos al atarceder, de un bravo pastor lusitano conviviendo con el apóstol de una secular amargura, de cuna de niños expósitos, de patios ajardinados de flores y de tertulias vecinales, de carreras de sacos y huevos, de ermita sin ertimaño, de saeteros de señas y madrugadas, de machín de copas y caballitas de ultramarinos...y se quedaron tan tranquilos, con las alforjas llenas y habiendo repartido parte del botín entre los consentidores del expolio.

Pero con los barrios añejos, con el paisaje urbano arraigado desde siglos en los corazones de quienes se acomodaron en su cuna, pasa algo así como con aquella planta del jardín ya medio olvidada, la que hemos dejado de regar e incluso de ver, y que un día la observamos por entre medio de pinchos y jaramagos; de hierbajos absorbentes; de caracoles vacíos; de hojarasca  traída por los vientos;  de alguna espina que el gato domiciliado dejó abandonada por jartura, esbelta, desafiante a los tiempos y a la infamia de los que la abandonaron y es más, pisotearon sin pìedad.

Cuando uno llega de vez en cuando a la plaza del Salvador, al viejo y entrañable Solá, no tiene más opción que aposentarse en uno de sus viejos poyetes y quedarse durante largo tiempo extasiado con la vista clavada en la pared lateral de la iglesia desde la que parece hablarnos con lenguaje de siglos y de historias locales la bellísima Puerta del Perdón. Después, ya puede uno marcharse con las alforjas llenas de nostalgias y embelesos.

 Y es que, a pesar de los infames que tratan de destruirla para su  provecho egoista, la belleza no tiene fecha de caducidad. Incluso cuando la destruyen del todo permanece en nuestras pupilas, en nuestros corazones, en nuestras añoranzas, inaprensibles a los depedradores.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 31: LA GRAN VÍA

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 31: LA GRAN VÍA

Normalmente la toponimia y la nomenclatura convencional no suelen hacer buen maridaje, todo lo contrario. A ver quien es el flamenco que es capaz de acercar aunque sólo sea por intentarlo, los nombres Buenavista y General Yagüe. Buenavista es un topónimo ayamontino; general Yagüe el nombre de un militar franquista, que a lo mejor tenía buena vista para la cuestión de fusilamientos pero nada más.

Pero como suele decirse que toda regla tiene su excepción, a veces sí es posible ese maridaje, y en Ayamonte tenemos un caso muy especial. Con motivo del establecimiento en nuestra ciudad de la comunidad religiosa de las Hermanas Clarisas en el viejo convento de Santa Clara, desde hace ya un siglo sede de las Hermanas de la Cruz, a la calle que da la fachada principal del convento se le denominó Santa Clara, nombre por cierto, no sólo adecuado, sino bonito donde los haya. La calle tiene en sí dos tramos bien definidos, uno va desde Colón hasta el cruce con calle Cruz, y de ahí para arriba hasta San Antonio cruzando Realidad.

Pero a ese segundo tramo, el de escalones de piedras perfectamente alineados, a ese tramo de Santa Clara que es seguramente el lugar más bello de Ayamonte, los ayamontinos lo bautizaron desde hace muchísimos años con el nombre de Gran Vía. Así que nos encontramos con una nomenclatura y un topónimo, que para nada se enfrentan. Lo mismo nos da decir Santa Clara que Gran Vía, como se decía en los antiguos libros escolares, “tanto monta, monta tanto”.

A ver si de esta forma, con la gran lección que da el pueblo, los políticos aprenden a hacer las cosas bien y a no sustituir nombres de calles por otros por mera novelería.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 30: LA ROTONDA DE LOS MIGUELITOS.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 30: LA ROTONDA DE LOS MIGUELITOS.

Antiguamente, cuando se entraba en Ayamonte, una vez dejado atrás el cuartel, el campo de fútbol, el paseíto, etc., desembocábamos a una curva y se presentaba ante nosotros el incomparable espectáculo de nuestra Avenida, que es su mejor nombre, sin adjetivaciones de ningún tipo, con los barcos atracados en el estero. A esa curva se le conocía por la Curva del Astillero, incluso añadiendo el patronímico “de Zamudio”, que era el propietario de dicho astillero.

Con el paso del tiempo, Ayamonte tuvo el acierto de homenajear a tres ilustres hijos, aquellos que participaron de forma tan directa en el descubrimiento de América: Juan de Zamora, Rodrigo de Xerez y González de Aguilar. Desde tiempo inmemorial se habían rotulado tres calles céntricas con sus nombres, que siguen siendo respetadas, menos mal que no ha ocurrido lo mismo que con el pobre Médico Rey García. Pero más adelante, el Ayuntamiento encargó un monumento que perpetuara más aun si cabe la memoria  de los tres ilustres navegantes.

Pero pronto el referido monumento fue víctima del ingenio, del humor ayamontino, y en vez de nombrarse como monumento a los descubridores, recibieron el nombre de “los Miguelitos”. Ello se debió a una saga de industriales ayamontinos, entre los que se encontraba el que fuera alcalde famoso, Narciso Martín Navarro, que junto a sus hermanos Miguel e Ignacio eran los hijos de Miguel Martín Cordero, de ahí que los tres hermanos recibieran el cariñoso mote de los Miguelitos, aunque también fueron conocidos como “los Vituallas”.

Dado que el famoso monumento a los navegantes sufrió vaivenes y movimientos, traslados de sitios, etc., terminó siendo un punto de referencia, cual si de parte del callejero se tratase. Así, en el lugar donde fueron colocados siempre se le conoció como el de los Miguelitos, primero en los bajos de la Gran Vía, después en la rotonda de la avenida de la Playa y últimamente junto a la gasolinera que está en el lugar siempre recordado por los viejos ayamontinos como el de la curva del Astillero de Zamudio, ahora citado por las nuevas generaciones como la “Rotonda de los Miguelitos”, de ahí que hayamos tratado el tema dentro del apartado del particular callejero ayamontino.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 29: EL CABEZO.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 29: EL CABEZO.

El artículo de hoy se presta a que los blogueros participen a fin de aportar datos que con toda seguridad me dejaré atrás. Vamos primero a tratar globalmente un antiquísimo barrio ayamontino, el barrio del Cabezo, y ya con el tiempo iremos describiendo sus calles, pero me parece que es atractiva la idea de presentación total.

La fotografía que hemos elegido, aérea, nos ayuda a delimitar un barrio que por sus linderos Oeste, con el río, y su lindero Sur, con la dársena pesquera o lo que antiguamente representó el estero de la Ribera, resulta fácil de ver, pero que se complica con sus linderos Este y Oeste. Como se observará por la fotografía, el Cabezo tiene forma triangular por recurrir a una aproximación geométrica. Por el lindero Sur se extiende a lo largo de la avenida de Villa Real de San Antonio hasta el final de la misma que coincide con el nuevo edificio que se construyó donde estaban ubicados los terrenos de la antigua Caseta Municipal; sigue el perímetro, ya en su lado Este, buscando la esquina del Alpende de la Ribera hasta la esquina de calle Trajano, vuelve por esta buscando  la confluencia de calle Cervantes para buscar Lusitania, cuya acera izquierda hasta el río cierra el lindero Norte. Repito, todo esto es una aproximación, pues se trata claramente de un polígono irregular urbano, con todas sus complicaciones.

Esta forma de describir el barrio del Cabezo me la ofrece un gran amigo, ayamontino emigrante desde hace más de cuarenta años, pero que nunca nos ha perdido de vista, y que conoce el barrio perfectamente por haberse criado en él.

Se trata de un barrio que fue eminentemente industrial. En él abundaron nuestras charangas y algunas fábricas de conservas; así como comercial: la Plaza de Abastos siempre estuvo en el Cabezo, y bares restaurantes desaparecidos, como La Alegría de la Plaza por citar el que quizás fuese el más emblemático. En el recuerdo de todos los viejos ayamontinos una institución inolvidable: la fábrica del Consorcio Nacional Almadrabero.

Podríamos citar sus calles a riesgo de que se nos quede alguna atrás. Vamos allá: Avenida de Villa Real de San Antonio, antigua y actual Médico Rey García, Prudencio Gutiérrez Pallares, Plaza de La Lota, Padre Alvarez, Luis Braile, Trajano hasta esquina Cervantes, Lusitania hasta esquina Cervantes, y para mí, las dos calles que más se identifican con el barrio del Cabezo: Del Pez y del Río.

En fin, no quiero seguir porque este artículo se haría interminable. Como anunciaba, en días sucesivos iremos estudiando sus viejas calles y así llevaremos a cabo un estudio más detallado. Ahora espero que los blogueros aporten sus comentarios.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: EL HUERTO IÑIGUEZ

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: EL HUERTO IÑIGUEZ

La postal que ilustra el artículo de hoy es de esas de las de quitarse el sombrero, por todo lo que contiene de antigua, de historia, de recuerdos, por la belleza del entorno que curiosamente cuando fue reformado adquirió más belleza todavía, en fin, todo un icono del Ayamonte del pasado, tan bello y atractivo.

Al pie de la postal puede leerse la expresión “Canto de casas”, lo que los ayamontinos abreviamos de inmediato para llamar al lugar simplemente como Cantocasa. Tengo que manifestar de antemano mi duda de si ese era en realidad el lugar denominado Cantocasa o quizás fuera más a Levante, a la altura de la actual calle Estadio, donde existían tres casitas que eran conocidas como “las últimas casas del pueblo” si tenemos en cuenta que aun no se habían construido las barriadas de Federico Mayo, Angustias y 29 de julio. Ese lugar lo ocupa hoy un edificio en forma de proa, que por cierto se repiten por todas partes en Ayamonte. Pero como ya al Cantocasa dedicamos en su día su artículo, hoy vamos a aprovechar la preciosa postal para hablar de esos lugares ayamontinos que cobran personalidad propia y sirve de orientación, es decir, forman parte de nuestro particular callejero: el huerto de Iñíguez.

A todo lo largo de la tapia existía y existe lo que en su tiempo sería un huerto que llegaba y creo que aun llega, desde la trasera de las viviendas de la calle Pablo Ruiz Picasso hasta el Callejón del Gringo. En ese huerto, una imponente vivienda, a más detalle con fachada de color rojo, era el domicilio de un matrimonio muy querido en nuestra ciudad, el que componían José Luis Pérez Sopeña y Conchita Iñiguez Cayuela. El huerto y casa del matrimonio –se trataba de un bien parafernal procedente de los padres de Conchita, de ahí que se le denominara con su apellido- situado al final de la siempre conocida como calle Lepe, fue referencia para indicar determinada dirección a los forasteros, incluso para hablar entre nosotros: siga usted toda la calle adelante y al final del todo verá una casa colorá dentro de un huerto, bueno, pues enfrente mismo tiene usted la estación; oye, ¿qué ha pasado en el Banderín?; no, no ha sido en el Banderín, ha sido en la calle Lepe, bueno en la misma calle Lepe no, frente por frente al huerto Iñiguez. Y así.

Volviendo al principio diré que en ese lugar entre los árboles se edificó hace muchos años nuestro Paseíto Nuevo, de ahí que dijera que el lugar no perdió belleza sino que incluso la ganó.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: BARRIADA DE COEMA.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: BARRIADA DE COEMA.

 

Mucho se habla por ahí de la grasia sevillana, pero pocos hablan de la gracia gaditana o huelvana, por ejemplo.

Aquí, en nuestra provincia tenemos por costumbre denominar a las cosas en general con una especie de motes. El ejemplo más conocido para los de mi generación fue el de llamar “Agromán” a la Residencia Sanitaria de Huelva, nombre que correspondía a la empresa constructora del edificio. Vengo de la consulta de don Jesús y me ha dado un volante para el Agromán. Y allá íbamos a que nos viera el especialista -¿quién no se acuerda de don José Gil, al que llevábamos un kilo de café portugués?-, a que nos quitaran sangre y una radiografía. Todavía al referirme al Infanta Elena digo el Agromán y mis hijas me dicen: papá, hijo, que antiguo eres.

Hace muchos años en nuestra ciudad se construyeron unas casas, las que quedan entre Sor Eloísa y Cuesta de San Diego, que en realidad no constituyen una barriada propiamente dicha, pero siempre fue conocida por la barriada de “Coema”, precisamente porque si mal no recuerdo, ese era el nombre de la empresa constructora. Vivió en esa barriada un ayamontino muy querido, mi buen amigo José Ramiro Frigolet González, Pepe Ramiro, hombre polifacético y polivalente. Hoy vive por allí otro buen amigo, Juanjo de Dios Jiménez, eterno secretario de la Hermandad de la Soledad, y creo haber visto salir de una de las casas al bueno de Manolo Malayerba. Todavía se conserva en la fachada de una de las casas la placa que recuerda a Petra Márquez, matrona y practicante.

En la barriada Coema está ubicada la Guardería La Arboleda, a donde asiste mi nieta, lo que me hace frecuentarla.

Supongo que algún bloguero tendrá recuerdos de esta barriada tan especial, pues no tiene amplitud suficiente para serlo y además se conoce por un nombre creado por el ingenio ayamontino.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: LAS ESCALINATAS DE LAS ANGUSTIAS

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 28: LAS ESCALINATAS DE LAS ANGUSTIAS

Las subimos camino de la pila bautismal en brazos de nuestras madrinas; las subimos aquel día de la máxima ilusión para los niños, el de nuestra primera comunión; las subimos como jovencitos ilusionados que íbamos a confirmar nuestra incipiente fe; las subimos el día más ilusionante de nuestras vidas, el de nuestra boda; las subimos en múltiples ocasiones para, sentados en los escalones ver pasar las procesiones, para esperar a los novios, para esperar al ser querido en el día de su despedida; para jugar en ellas arrostrando todo el peligro a pesar de las voces de nuestras madres que nos alertaban del mismo; jugamos a veces de manera imprudente con las gruesas cadenas que las guardan; velamos a los caídos en esa cruz pétrea en cuya base en forma de troco de pirámide nos deslizábamos cual trampolín, y las subimos en múltiples, cientos, quizás miles de ocasiones, simplemente por el placer de subirlas y después bajarlas.

Fueron y son pasarela incomparable de autoridades, agentes, maceros, mujeres de peineta, de ofrenda septembrina de flores. Están ubicadas en la calle Angustias, pero para nosotros, los pazguatos y finos, una cosa es vernos en la calle Angustias y otra quedar citados en las escalinatas de las Angustias, que aunque los espacios son reducidos, no es lo mismo.

Es cierto que todo el paisaje urbano de una población pertenece a todos sus habitantes al menos en condición de poseedores y usuarios, pero las escalinatas de las Angustias lo son en Ayamonte desde nuestra más tierna edad, desde aquel día que nunca recordaremos, pero que nos recordarán todos, en que como antes decía, entrábamos a la iglesia en brazos de nuestra madrina para recibir el bautismo.

Las escalinatas de las Angustias es de esos lugares que los ayamontinos emigrantes, ausentes por las circunstancias que sean, mantenemos imborrables en nuestra retina.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 27: EL PASEÍTO NUEVO

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 27: EL PASEÍTO NUEVO

Allá mediados el pasado siglo, cuando Ayamonte empezó a extenderse hacia Levante y se construyeron las barriadas de Federico Mayo, Las Angustias, 29 de Julio, Santa Cruz y Coema, de la que hablaremos en su momento por tan especial denominación, en el Ayuntamiento se pensó con excelente criterio que aquella zona merecía un paseo nuevo, un lugar donde pasear la gente del Banderín y de las nuevas barriadas y jugar los niños. Se construyó entonces el precioso paseo que fue denominado como glorieta sin serlo, porque glorieta es una plaza redonda en la que desembocan varias calles, pero en fin, así se le llamó y se le puso el nombre del poeta ayamontino Jiménez Barberi, “Glorieta Jiménez Barberi”. Ahora se sigue llamando así y en la fachada de la casa de Celedonio Martín que fuera antes del siempre recordado Manuel “el Paragüillas”, hay un letrero que dice “plaza” Jiménez Barberi. Pues miren ustedes, señores del Ayuntamiento de antes y de ahora, ni lo uno es una glorieta ni lo otro una plaza, ya que plaza es un espacio ancho y espacioso dentro de una población al que suelen afluir varias calles, en fin pilarín.

Bueno, pues señoras y señores, ayamontinos viejos, ayamontinos nuevos, aborígenes, maquetos, tenderos, carpinteros, autónomos, cristaleros, chamarilleros, loteros, cuponeros, capillitas, republicanos, monárquicos, villorros, garrapatuos… de glorieta, nada; de plaza, nada. Así que si os parece bien lo dejamos en Paseíto, Paseíto Nuevo, que es como fue conocido desde el mismo momento de su inauguración.

La verdad es que nuestro entrañable Paseíto Nuevo no tuvo fortuna, la gente siguió viniendo pa bajo y vivió años de soledad. Ahora, en la reciente fiebre de monumentos mandado erigir por el anterior alcalde, se le ha plantado en el centro la figura de un antiguo aguaó por el hecho de que cerca está la primera fuente que se construyó tras la traída del agua, pero desde luego tal monumento donde pega es en el cruce de los Cuatro Caminos por ser el lugar por donde los aguaores pasaban camino de la Casita del Agua a cargar los bocoyes.

Yo envidio a mi amigo Celedonio Martín Rios por la excelente vista de que disfruta desde su casa, porque lo llamen como lo llamen, nuestro Paseíto Nuevo es precioso.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 26: LA CASA DE POLONIA

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 26: LA CASA DE POLONIA

 

La última vez que tratamos el particular callejero ayamontino fue cuando nos referimos a la muy popular calle de los Perros –Juan Fernández- y hoy vamos a tratar otro lugar muy cercano, tan cercano que resulta colindante.

En mis tiempos de niño solíamos jugar en la pedrera del Peñón, que se encuentra bajo su famosa balda, allí jugábamos al fútbol principalmente, hacíamos candelas, etc., y al terminar, en vez de subir por los escalones de calle Tarpeya, que sería lo normal, escalábamos una pared vertical que nos llevaba hasta el  final de la calle Olivo. Durante esa escalada teníamos la ocasión de ver un número considerable de gatos, tan acostumbrados ya a nuestra presencia, que ni siquiera se asustaban. Esos gatos no vivían solos, no era vagabundos, ni mucho menos, eran los compañeros del vivir de una señora ayamontina, conocida por Polonia, que vivía sola en cuanto a otra presencia humana en una casa junto a la dicha pared vertical. La casa en cuestión estaba y creo que todavía está situada –si nó la han derribado, claro- al comienzo de la calle Lepanto, rotulada con el nº 1 de la misma. La calle Lepanto empieza ahí precisamente –en el rincón que hace la calle frente a la citada casa vivió creo que toda su vida el recordado Rogelio “el de los Jeringos”-, sigue hasta la confluencia con la calle de los Perros, doblando a la derecha en ángulo recto para seguir hasta el cruce con la calle Huelva y desembocar posteriormente en la Avenida.

El primer tramo de la calle Lepanto era y sigue siendo el menos conocido de dicha calle, pues mucha gente cree, yo mismo lo creí durante mucho tiempo, que formaba parte de la de los Perros. Sin embargo, un dato ponía las cosas en su sitio y disipaba las dudas. Si alguien preguntaba dónde vivía Rogelio  el churrero, o la familia “Tolete”, o Enrique el de las cabras, a dicho tramo se le denominaba como el de “la casa de Polonia”.

Hoy la casa está en venta –salvedad hecha de que ya no sea así pues la foto que ilustra el artículo la quité hace meses- pero mucho me temo que dado el poco atractivo lugar, mala follá tiene la cosa. Si nó, observen ustedes el letrero que se pone para la venta. Como los chistes sin palabras.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 26: MI CALLE SE LLAMA...

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 26: MI CALLE SE LLAMA...

En vista del gran éxito que tuvo el más que popular ”Cartel de Fitur”, elaborado con buen sentido del humor, sin intervención de sinvergüenzas deslenguados que aprovecha el blog de forma cobarde para insultar, me permito ofrecer a mis queridos blogueros otra elaboración o listado.

Veréis, como al socaire de lo de la calle Enrique Villegas v. Médico Rey García, algunos blogueros están proponiendo nombres para calles, creo que debemos participar todos dando nuestras ideas o proponiendo nuestros deseos.

Se pueden proponer nombres para calles nuevas o por el procedimiento que ha inventado el Ayuntamiento de Ayamonte, es decir, cercenando calles ya existentes para meter a algún intruso.

Si es posible, se dirá, no solo el nombre de la calle –que puede referirse a personas, instituciones, sucesos, etc.- sino el lugar donde queremos que vaya ubicado, y en caso de división de la ya existente especificar el tramo elegido, para que así el Perito vaya mandando al Papi a poner los azulejos nuevos y tapar los antiguos.

Así que adelante, blogueros del mundo mundial. Por cierto, hablando del mundo mundial, empiezo proponiendo como nuevo nombre de calle el siguiente: VICENTE “EL CHOCITO”. Ubicación: lateral del Paseo de la Ribera que da a los aparcamientos por aquello de que hablaba con las palmeras mediante silbidos.

P/D. Como ya algunos blogueros han propuesto nombres en otro artículo, les ruego vuelvan a hacer lo mismo en este, y así queda todo unificado.

 

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 25: Las calle Los Perros.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 25: Las calle Los Perros.

En una charla o conferencia que pronunció mi buen amigo Enrique Arroyo Berrones en la Casa Grande, llamaba a la calle Lepanto como la de los Perros. La verdad es que sorprendió a los presentes ya mayores que siempre entendimos que no era Lepanto sino Juan Fernández, que es calle perpendicular a ésta. Seguramente tendrá razón Enrique, que suele estar bien informado, para eso se lo suda, pero me va a perdonar el amigo que yo siga llamando a la calle Juan Fernández como la de los Perros siguiendo la tradición, por eso no vamos a perder nada, y espero y deseo me aclare el asunto.

La calle de los Perros, que al final, con ese “hambre” fonético que tenemos los andaluces termina siendo calle Los Perros y así nos jampamos la preposición “de”, está situada al final a la derecha de la calle Lepanto, tiene una salida al lugar  que conocimos siempre como la pedrera que desemboca en el callejón del Gringo o calle Rosa, y en su parte derecha, tal que afluentes, dos pequeñas calles sin salida: Almendros y Aromo.

Jugué mucho de joven en esa calle por ser amigo de Sulpicio Gutiérrez y de Emilio el Salao, también de Pepito Cobo. Recuerdo casi al completo el vecindario: la familia Sena, la familia Cobo,  Manuel Pérez –Mojito el panadero padre de mi buen amigo Manuel Pérez Ruiz que por cierto, nos tiene olvidados, no se le ve por aquí como antes-, la familia Silveira, la de Sulpicio, la de Pino, la señora que vendía loterías madre de Antonio el Sordo, Vicente Peinado, y los Salao. En las pequeñas calles citadas, los Monte, la familia Simeño, el Gato, en fin, alguna se olvidará, como siempre.

Calle peatonal, era propicia para jugar a la pelota, y tranquila como ella sola, no sé si queda alguna familia de las citadas viviendo allí, y sin duda se trata de una de las calles más nombrada de nuestra ciudad.

 

AYAMONTE: UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 24. El Señor de la Guadaña

AYAMONTE: UN CALLEJERO MUY PARTICULAR.  24. El Señor de la Guadaña

"El Señor de la Guadaña, pequeñito y enrejado, que me asomaba por verlo entre sus flores de trapo". De esta manera tan magistral se refería el inolvidable poeta ayamontino Paco Herrera, a esa pequeñita capilla de la calle Huelva. Se trata de un fragmento de su poema quizás más emblemático: "Mi calle", dentro de su obra "Ayer".

No tengo datos ni del origen ni de la autoría de este icono ayamontino que nos sirve tanto de referencia: si hombre, una tienda que hay al lado del Señor de la Guadaña; pues si quieres nos vemos en la acera junto al Señor de la Guadaña y así vemos como el palio gira al coronar Hermana Amparo"; o, me gusta ver pasar el Descendimiento por la curva del Señor de la Guadaña por su estrechez. Y así podríamos seguir.

Así y todo, y lo sé porque me he quedado muchas tardes observando la cosa, no se para mucha gente a mirar, y estoy seguro de que la mayoría de los ayamontinos ni siquiera ha tenido la curiosidad de empinarse para ver que hay dentro de esa pequeña capilla, y la verad es que para ver algo hay que situarse en la acera de enfrente. Quitarle una foto no nos sirve de mucho, como comprobarán cuando vean la que ilustrará este artículo, porque el enjerado es muy espeso y deja ver poco.

Pero ahí está, ayamontino hasta el tuétano, el Señor de la Guadaña para servirnos de referencia para muchas cosas, para muchos momentos de nuestro pasado, de nuestro presente y quiera Dios de nuestro futuro, pues no me extrañaría que un día llegara alguien diciendo que "no tiene valor histórico-artístico", y fuera con él.

Si eso llegara a ocurrir algún día, espero, deseo y desde ya demando, la actuación de los cruzados de "Ostium Fluminis Anae".

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 22. Las Callejitas de Celedonio el barbero y Almacenes Arcos

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR.  22. Las Callejitas de Celedonio el barbero y Almacenes Arcos

Estoy seguro de que muchos, muchísimos ayamontinos, mayores y jóvenes, creen que la calle Felipe Hidalgo, aquella por donde mi buen amigo Ignacio Carnacea con la ronquera bien acentuada subía el palio de la Virgen del Rosario rozando balcones, empieza en la calle Huelva y termina en la calle Buenavista. Pues no, queridos mios, la calle Felipe Hidalgo termina en calle Buenavista, sí, pero no empieza en Huelva sino en Cervantes, como lo oyen, en la esquina de la tienda de mi amigo Tani Ojeda y de la antigua tienda de Feliciana, hoy un comercio llamado Impacto, se corta con la calle Real y se reanuda por el latera de la botica de José Antonio, el suegro de Casimirito, se vuelve a cortar en calle Huelva y ya sigue de contínuo hasta Buenavista, recibiendo como "afluentes" las calles Cabalga, Jovellanos, Realidad, San Pedro (la Callejita del Loco) y San Antonio.

Esos dos pequeños tramos de que les hablaba fueron siempre conocidos por otros nombres. El primero, por la calleja de Celedonio el barbero, aquel inolvidable maestro del peine y las tijeras, que estaba establecido en lo que hoy es la zapatería de Sotito hijo, por cierto, pariente de aquel legendario Sotito el de la horma, y también hoy vemos la boutique del inefable Neneique. En el otro tramo, el lateral derecho de la botica y en el izquierdo tenía puerta de acceso Almacenes Arcos y hoy tiendas nuevas.

Esos dos tramos también se llaman Felipe Hidalgo, pero lo de las callejas, mientras vivamos los de mi generación y mientras las nuevas quieran conservar estas esencias, que espero que sí, no perderán nunca su caché.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 22. La Plazoleta

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 22. La Plazoleta

Hablar de la Plazoleta (plaza de San Francisco), es hablar del centro neurálgico de Ayamonte, distinto del comercial. Y digo esto, porque la Plazoleta al mismo tiempo nos divide y nos une a los ayamontinos. Bien es cierto que el límite oficial de los dos principales barrios de la ciudad, la Villa y la Ribera, se ubica en la perpendicular que va de calle San Roque a Lerdo de Tejada, vamos lo que para nosotros sería la Esquina el Huervano; sin embargo, el ayamontino no tiene la sensación de encontrarse en la Villa cuando va bajando la Barranca en dirección del barrio, pero sí siente esa sensación cuando llega a la Plazoleta, a partir de ahí ya todo suena y es Villa,  aunque en verdad, hasta que no empezamos la cuesta de Galdames, todo tiene un sabor un tanto híbrido, como debe ser, porque ello significa más unión que separación.

En esta plaza de San Francisco, en esta Plazoleta, hizo sus pinitos de niño y nació la vocación de nuestro beato Vicente Ramírez, qué lástima que entonces no se hubiera fundado el Opus Dei y se hubiera adscrito a él, pues así, no sería beato sino santo, claro que tampoco hubiera sido un ejemplar misionero y mártir, que de estas especies produce pocas "la Obra". Así que es mejor dejar la cosa como está.

Junto al señero templo de San Francisco, que por cierto, va a ser remodelado, ya era hora, vemos la nueva fachada del emblemático brasil de los Pérez. Ya saben mis blogueros que soy crítico inmisericorde cuando es menester, pero también alabo sin medida lo que está bien hecho. Y lo que se ha hecho del brasil de la Plazoleta es digno de toda alabanza y de todos los puntos desde los que queramos analizarlos, pero fundamentalmente desde dos: la recuperación de un edificio propio de nuestra ciudad, aquella antigua casa vecinal de vida estrecha y difícil, a esta más funcional y moderna; y la acogida a familias necesitadas de una vivienda, sobre todo a jóvenes. No sé como estará por dentro, yo quiero apostar por que los nuevos vecinos lo tenga bien cuidado, no lo dudo, aunque me equivoque así lo afirmo.

Del brasil, además de las viviendas, es de contemplar el bar Soledad, de mi amigo Mati, que antaño regentara el inolvidable Carlos el Alemán, aquel que dejaba el mostrador en tiempos antiguos de cargadores para sacar los pasos de la hermandad del Santo Entierro.

Por lo demás, estoy seguro que el artículo de hoy habrá gustado mucho a una bloguera de lujo, mi amiga Locar, porque le traerá recuerdos inolvidables.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 21. La plaza del Tío Garrote

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR.  21. La plaza del Tío Garrote

Con lo de la plaza del Tío Garrote pasa algo así como con la Curva del  Astillero, que hoy se ha dado en llamar la rotonda de los Miguelitos. La plaza que  estudiamos es hoy, formalmente, la plaza de Santa Angela de la Cruz, aunque a mí me gusta decir sor, antes que beata o santa, porque como sor Angela la conocimos siempre.

Con el tiempo, pasó de llamarse del Tio Garrote al Chochito, por aquello de los altramuces que Pepe servía para acompañar la cerveza o el vino. Yo tuve la ocasión de administrar los inmuebles de la familia Feu y viví muy de cerca las grandes penurias económicas de los tiempos del Tío Garrote; el bueno de Pepe siempre con apuros para pagar el alquiler, y Pepe Feu,. comprensivo, me decía aquello de, "qué me vas a decir, si yo me asomo por la ventana de mi escritorio y veo el poco movimiento que tienen".

Pero llegaron mejores tiempos para Pepe y su familia. A la juventud le dio por el lugar, y lo del Tío Garrote pasó a mejor vida para llamarse el Chochito. Los jóvenes se apoderaron del lugar y aquel negocio paupérrimo se convirtió en otro boyante, de lo que todos nos alegramos. Los altramuces de Tío Garrote fueron siempre famosos por su exquisito punto; el secreto estaba en que Pepe dejaba los altramuces en un fardo de red dentro de las aguas del río toda la noche, así se ablandaban y el punto era el de las aguas del Guadiana.

No se si sigue regentando el negocio la misma familia; si es así, les mando un saludo afectuoso, sobre todo en el recuerdo de Pepe y del Tío Garrote, ya en su vejez, sentado a la puerta de la taberna.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 20. La Rambla del Consorcio

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR.  20. La Rambla del Consorcio

Una vez más no encontramos con una expresión cuyo origen desconocemos. Lo normal sería decir rampa, pero ¿por qué los ayamontinos antiguos la denominaron rambla?. No lo sabemos.

Para acercarnos a alguna semejanza, hemos preguntado al Muñeco Diabólico y nos dice: por un lado, rambla equivale a cauce o caudal temporal u ocasional de fuerte pendiente y escasa longitud. Por ella discurre el agua cuando se dan fuertes lluvias, lo que significa que no se trata de un cauce permanente. Al arrasar las tierras por donde violentamente discurre el agua, dio lugar a la expresión arramblar o arramplar, muy usada como sinónimo para explicar cuando alguien acaba con todo (se arrimó a la mesa y arrampló con todas las gambas). Por otro lado, en Uruguay se entiende por rambla un paseo que bordea un cuerpo de agua, es lo que en España conocemos como paseo marítimo. Esta connotación es la que más se asemeja a nuestra famosa Rambla aunque sea por el hecho de introducirse en el Guadiana y hasta cierto punto bordearlo.

La Rambla del Consorcio sirvió en su tiempo para el alijo de los atunes procedentes de las almadrabas que se acarreaban hasta la fábrica en en Ayamonte existía del Consorcio Nacional Almadrabero, en lo que hoy es toda la acera derecha mirando desde la Rambla de la calle Luis Brailler.

Es punto de referencia, como si de una calle se tratase para indicar un lugar -aparcó por la zona de la Rambla, o Paco Márquez tiene la consulta en la calle que da a la Rambla, por ejemplo- de ahí que la tratemos en el espacio del callejro como ya hicimos con el Chispito y haremos en su momento con la Gasolinera de Ricardito.

Escribo con mayúsculas estas palabras, que de suyo son minúsculas, porque al citarlas e individualizarlas adquieren carácter de nombre propio, y así las destacamos más.

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR. 18. El Callejón del Matadero

AYAMONTE, UN CALLEJERO MUY PARTICULAR.  18. El Callejón del Matadero

No se vayan ustedes a la carretera antigua de salida de Ayamonte, que lo que hay allí era un matadero pero ya no lo es, aunque en verdad nadie sabe lo que es concretamente. Por un lado, se anuncia como "Auditorio Amador Jiménez", pero de auditorio sólo tiene el sonido proviniente de los comensales cuando le piden algo a los camareros, porque, en realidad, no es un auditorio, es un restaurante. Lo del auditorio duró poco y la fructífera palmera y el terrenito que ocupaba, de propiedad particular, dio de sí lo suficiente como para que un auditorio se convirtiera en un restaurante. Y despues dicen que los judios hicieron un milagro convirtiendo el desierto en una huerta. Cuando sean capaces de convertir un metro cuadrado en un gran restaurante que hablen, y si no se lo creen saben que vengan por Ayamonte a comprobarlo.

El Callejón del Matadero es una calle de Ayamonte, la que se ofrece en la foto, es concretamente la calle San Roque, esa cuya perpendicular hacia Lerdo de Tejada supone la imaginaria línea que separa los barrios de la Ribera y la Villa, la que dá a la esquina del huelvano que ya comentamos en este blog. Y se le llama así porque el lateral izquierdo según se sube, tras de la tapia, era ocupado por el antiguo matadero municipal antes de hacerse el nuevo, o sea, el auditorio, o sea el comedor.

Una cosa caracteriza a esta vía ayamontina. Ello ocurre la madrugada del Viernes Santo. Cuando Padre Jesús y la Virgen del Socorro coronan la Barranca, los "grandes devotos" cortan por la calle San Roque, el Callejón del Matadero, para dejarlas casi solas hasta el nuevo espectáculo de la calle Jovellanos. Triste servicio el que nos presta la calle, pero no depende de ella, sino de la particularísima devoción de la que presumen muchos ayamontinos a Padre Jesús de la Villa.

Ahora observo una cosa, que después de la conferencia de anoche, la mojarrafina la encuentro más afilada que nunca.