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Mojarra Fina: El Blog de la Mojarra Fina Ayamontina

Pasarela Ribera

PASARELA RIBERA. Tiempos de gestorías.

PASARELA RIBERA. Tiempos de gestorías.

Hubo un tiempo en que ser hermano mayor de una hermandad de Semana Santa en Ayamonte era más relevante que ser concejal, un poné. El traje negro, la gomina, la vara, el porte, la pose por Pasarela Ribera era tan importante que alcanzar esa meta era todo un sueño. Tiempos en que los dineros llovían cual maná y los estrenos eran algo así como una rutina. Emergieron hermandades casi de la nada y otras desde el mismo ostracismo. Ya no bastaba con reformar pasos, había que tirar al vertedero o vender a lugares semanasanteros menores, andas e imágenes, enseres de todo tipo. Y estrenar sin medida.

Ahora resulta que todo ese patrimonio necesita un mantenimiento. Ahora resulta que el Ayuntamiento ha cerrado el grifo; en fin, pilarín. Y puestos a ponerse, ¿quien quiere ser hermano mayor de una hermandad?

Y así, surge la era de la gestoría, término que no le gusta a mi buen amigo y siempre admirado Enrique Arroyo Berrones, que en su tiempo fue un excelente gestor aunque revestido de presidente, y así, arriban a las hermandades gente joven,y como tal, sin experiencia,enchidos de ilusión y de proyectos. Suelen durar poco, porque, a más hinri, topan con curas que no son lo que se dice enamorados se las procesiones.

Acabo de enterarme que la querida hermandad del Jueves ha entrado en esa dinámica. Al frente de la misma, una tataranieta de su fundador,don Antonio Concepción Valero y biznieta de su gran mantenedor, don Antonio Concepción Reboura. Ignoro qué ha pasado, espero que alguien lo explique. En todo caso, suerte. He dicho.

Como estoy seguro de que no le faltará el apoyo de su abuelo Juan y de su tío Antonio, todo irá bien, seguro.

LA BUENA GENTE DE AYAMONTE. Herminia Gómez González, corazón de metadona.

LA BUENA GENTE DE AYAMONTE. Herminia Gómez González, corazón de  metadona.

Tradicionalmente, la diferencia entre un buen y un mal político siempre se ha establecido en torno al verbo servir. Buenos políticos, los que vienen a servir a la ciudadanía; malos políticos, los que vienen a servirse de los cargos importándoles un bledo la ciudadanía. Recurrir a estas horas a la estadística para saber cuántos hay en cada bando resultaría tarea baladí pues el resultado se sabe de antemano. Sería como en el orden del cristianismo comparar al obispo Martínez Camino con el padre Angel: los martínezcamino abundan, los padreángel escasean.

Y el verbo escasear lo podemos aplicar con toda seguridad a personas como la buena de Herminia Gómez González. Cuando Rafael González la incluyó en su lista de concejales  sabía lo que hacía –Rafael era más listo que culto-; sabía que había encontrado a una auténtica luchadora, y en luchas de las que no quiere casi nadie, en que las batallas son épicas y las victorias devienen en muchas ocasiones en pírricas:  el desgaste suele ser muy superior al logro. Pero ahí ha estado y está, en esa batalla casi imposible contra la drogadicción: “lo que hagáis con uno de estos conmigo lo hacéis”, es frase evangélica que resonará en sus oídos con notas placenteras, sedantes.

Siempre he sentido admiración por esta gran mujer, sacrificada y ejemplar. Quizás sea un poco o un mucho subjetivo por el gran cariño que profesaba a mi hija Loreto, a quien no dejaba de acariciar cariñosamente siempre que la veía, incluso rompiendo el protocolo de una procesión o un acto oficial.

En estos días de indignados, de manifestaciones en junio que huelen a mayo revolucionario, nadie hubiera ocupado la Puerta del Sol y otras españolas si nuestros políticos obraran con la decencia, con la entrega, con la abnegación y espíritu de servicio de Herminia. Pero claro, ello sería, como dijo el sabio, pedir peras al olmo.

Gracias por todo, amiga Herminia.

PASARELA RIBERA. Capítulo VIII. El reencuentro.

PASARELA RIBERA. Capítulo VIII. El reencuentro.

Una de las estampas más entrañables de nuestra Semana Santa es sin duda la llegada de nuestros emigrantes, aquellos ayamontinos que un día marcharon en busca de un futuro mejor. Vienen en muchas ocasiones para un par de días, justo para vivir nuestra incomparable Madrugada –que no es lo mismo que la “Madrugá” sevillana del Franquito, el Gago y el Villablanquero-. Y eso tiene un mérito indescriptible. No son muchos, son casi siempre los mismos, los que nunca han dejado de sentir la nostalgia del momento; vienen cada año a compartir con sus familiares, con sus amigos, con sus paisanos, la gran noche. Han sembrado una nueva vida en la lejanía, sus hijos son ya hijos de otros lugares, de otras patrias, sus hábitos y costumbre han cambiado, obligados a adaptarse a una nueva forma de vida.

En espera de su anual regreso, adivino esos terribles síntomas de la nostalgia que hincan sus amores irrenunciables en este refugio de cal y sal, de río y mar, de alto y llano, de tierra roja y arenas de oro, y de unos atardeceres fijos siempre en sus pupilas, que tiñen de morado el cielo azul de Jiménez Barberi y el río de plata vieja de Paco Herrera.

Se fueron hace muchos año  dejando una estela de lágrimas porque decían adiós a sus raíces para buscar fuera el mejor pan para sus hijos, o algo más de lo poco a lo que entonces podían aspirar, y a su misma gente, a su misma calle, a la infancia casi olvidada, a sus amigos y al propio paisaje que les vio nacer.

Llegan para la Madrugada de Padre Jesús reviviendo nostalgias, buscando con el olfato la tierra mojada, el aroma del pan de tahona, la visión de la cigüeña que se apodera de la espadaña.

A muchos, por los muchos años transcurridos en la lejanía, les cuesta trabajo reconocer, al primer golpe de vista, al amigo en el reencuentro, y lo mismo le ocurre a quien espera, desde los mismos recuerdos, esa siempre posible vuelta. Hay dudas, un entornar de ojos y un gesto, una voz, una sonrisa, un nombre, una clave, que despiertan los sentidos de uno y de otro para fundirse en un abrazo que dura la eternidad de lo más hondo de un suspiro.

Y en ese momento sublime del reencuentro, esperado y añorado, cuando nuestras calles se han llenado en su bella geometría de campo, río y mar, cuando Ayamonte, vista desde el aire se nos antoja con planimetría de paloma parada, sobre la fombra azul del mar, el emigrante se dispone a vivir el rito anual de la madrugada junto al Señor de sus amores, de sus recuerdos, de su niñez.

Es el reencuentro de los ausentes con Padre Jesús. Para ellos la "Pasarela Ribera" adquiere un nombre muy especial: calle de la Amargura. Describirlo de otra forma me resulta imposible.

PASARELA RIBERA. Capítulo VII. Una fe distinta.

PASARELA RIBERA. Capítulo VII. Una fe distinta.

En el siglo XV,  la muy castellana ciudad de Avila tenía un obispo llamado Alonso Tostado Madrigal, hombre extraordinariamente culto, prolífico de escritura, hasta tal punto de que la gente solía decir, “escribes más que el Tostado”. A punto de morir, el prelado manifestó su deseo de hacerlo “como el carbonero”. Este carbonero era un hombre muy popular en la ciudad castellana, porque un día entre él y el obispo en cuestión tuvo lugar esta conversación: “¿Tú en que crees?, preguntó el prelado, y contestó el carbonero: “en lo que cree la Santa Iglesia. ¿Y qué cree la Iglesia?. Lo que creo yo”. Y así se repetían una y otra vez preguntas y respuestas idénticas; y al popularizarse la conversación, la fe proclamada por aquel ciudadano castellano vino en llamarse como la “fe del carbonero”. Desde luego, a mí no me cabe duda de que se trata de una leyenda urbana, es decir, que ha sucedido en muchos lugares. Concretamente el autor alemán Weddig Fricke, en su obra “El juicio contra Jesús”, afirma que ese diálogo, idéntico en su literatura, tuvo lugar entre el Diablo y un carbonero italiano. Es lo de menos. Al fin y al cabo lo importante es que a ese tipo de fe se le ha conocido siempre como fe ciega, que no admite contradicción, ni siquiera el menor razonamiento. Fe es creer en lo que no se ve, nos repetían en la escuela, en la catequesis, el el Instituto Laboral, a los niños y jóvenes de mi época.

Muchos siglos después, el recordado pontífice Juan Pablo II nos obsequió con una gran encíclica, “Fides et ratio”, con la que daba un rotundo vuelco  a la anterior concepción de la virtud teologal. Ahora la fe no es ciega, no es creer por creer, la razón tiene que acompañar, debe acompañar, puede ya acompañar ese sentimiento.

Y yo me pregunto: ¿se podría contemplar la fe desde otro prisma, con otros aditamentos distintos a la razón y sin la obsesión de la ceguera a ultranza?. Indudablemente que sí:

Ayamonte, Semana Santa, Domingo de Ramos, mujeres de promesa tras el paso de la Virgen de la Salud. Durante cerca de un siglo, durante muchos años por la mañana y después por la noche, un reguero de piadosas mujeres acompañan a la Virgen del Domingo de Ramos enchidas de fe y esperanza, de piedad y ternura. Una muestra de fe que, bien mirado, no coincide, ni con la fe ciega ni tampoco con la razonable. Es distinta, especial, propio de ellas, de sus corazones fieles.

Los aditamentos de esta especial fe son dos: piedad y ternura. Piedad como virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y comprensión. Y ternura, manifestación afectuosa, cariñosa, amable.

Al cruzar la “Pasarela Ribera”, se sienten un poco aturdidas, prefieren la intimidad de la calle Huelva, pero no pueden evitarlo, han de cruzarla necesariamente. Y la luz del Paseo trae a nuestra cercanía sus rostros cansados, apenados, aunque con un reflejo, ya casi imperceptible, de esperanza.

En muchos casos, una ligera y contínua fluxión recorre sus mejillas. Es una fluxión no patológica, es simplemente una manifestación de pena que data de años y que en esa hora se convierte en esa metáfora que los poetas cofrades llaman pena húmeda, lágrimas de dolor, lágrimas de vida y muerte, de esperanza y desesperanza, de fe, en suma.

Me honré en homenajearlas cuando pronuncié el pregón oficial dedicándoles  una cuarta parte del mismo. Y hoy, pasados algunos años, desde la tribuna de este modesto blog, reitero todas aquellas palabras, y en especial las que decían: ...”y me abrigo en tus arrugas, y beso tus pies cansados”.

PASARELA RIBERA: Capítulo VI. Una historia entrañable.

PASARELA RIBERA: Capítulo VI. Una historia entrañable.

Muchos cofrades de nuestros días, la mayoría quizás, son los herederos de otros ayamontinos que, en época de penurias, dejaron sembrada la semilla para que hoy florezca lo plantado de forma espléndida. Olvidarlos sería imperdonable. Podríamos hablar de la antigua banda de cornetas y tambores, por ejemplo; pero hoy le toca el turno a un grupo de hombres que para mí, y es sólo una opinión, han resultado ser toda una institución de nuestra ya larga historia cofradiera: los antiguos cargadores. Ellos cruzaban la “Pasarela Ribera” soportando dos cargas, la del paso y la del hambre, la necesidad de llegar sus estómagos vacíos y aliviar también los de sus hijos.

 

Cuando la Guerra Civil dejó tras su paso la horrible secuela del hambre,  nuestros pasos no contaban con costaleros, jóvenes costaleros que preparan la estación de penitencia mediante duros ensayos, compensando el esfuerzo con suculentos bocadillos. Entonces, a las puertas de nuestros templos se agrupaban muchos hombres altamente necesitados de todo lo necesario para la subsistencia diaria; eran muchos, demasiados, no cabían todos debajo de las trabajadoras. Muchos acaban de llegar de la mar, del mechillón, del longuerón, hoy productos de lujo y que en muchas ocasiones ni siquiera tenían valor en lota , llegan desnutridos, sin fuerzas, pero con ansias de ganar unas pesetas con  las que atender las necesidades más peren torias del diario. Una parada obligada a las puertas del “Rancho Grande” suponía una reposición de fuerza ficticia, pues lo único que se conseguía era calentar el vacío estómago con un par de vasos de vino peleón.

 

No tengo datos que me permitan asegurar lo que cobraban, algún bloguero lo aclarará, pero seguro que se trataría de un salario de subsistencia a la baja, como sucedía con todas las actividades de aquel Ayamonte próspero, aunque sólo para unos pocos.

 

Han pasado muchos años. Vino después la crisis de las ruedas y la subsiguiente eclosión del mundo costalero, la de esos jóvenes ejemplares de nuestros días que nos deleitan cada año con su trabajo serio y disciplinado.

 

En el juicio del cielo de aquellos héroes casi anónimos alguien abrió un sobre para nombrarlos. Fue imposible. El Juez Eterno, al contemplar semejante multitud, preguntó quiénes eran. El alguacil le respondió: son  los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus túnicas con la sangre del Cordero.

 

Para mí que la herencia dejada ha sido altamente fructífera en muchos casos. Mucho me temo que algún que otro pocero –al menos conozco y admiro y quiero a dos-, tienen mucho que ver con esta historia. Si nó, que lo digan sus nietos, ejemplares cofrades. Y sus hijos, que lo siguen siendo.

AVISO A NAVEGANTES: PUERTA CERRADA A LOS INSULTOS.

AVISO A NAVEGANTES: PUERTA CERRADA A LOS INSULTOS.

Desde hace ya mucho tiempo, un individuo, escondido en el anonimato, se dedica a meter comentarios con la sola finalidad de despretigiarme, profiriendo insultos por doquier. No se trata de una discrepancia, sino de un ataque constante a mi persona, a mi dignidad, por eso habrán observado los buenos blogueros que tales comentarios han sido eliminados. Así será en lo sucesivo no sólo con este individuo, sino con todo el que quiera aprovechar este blog para su cobarde desahogo. Castíguele su pecado, con con pan de lo coma y allá de lo alle, como dijo Cervantes de Avellaneda.

Por otra parte, quiero pedir disculpas a los blogueros por haber permitido que permanciera un comentario alusivo a algunos cofrades comparándolos con etarras. En principio esperé por si rectificaba, pero al no ser así pedí a mi ayundante, Javi Martín, que lo eliminara, y así se ha hecho. Reitero mis disculpas a los blogueros sensibles a estas tropelías.

Por lo demás, este blog seguirá con su línea de objetividad, analizando lo bueno y lo malo,lo positivo y lo negativo, pese a quien pese.

Gracias a todos.


PASARELA RIBERA. Los felones.

PASARELA RIBERA. Los felones.

No hay  ninguna obra humana perfecta. Ni la habrá, aunque algunos se empeñen en lo contrario, sobre todo si son protagonistas o interesados. La Semana Santa, el mundo de las cofradías, como cualquier otro, está compuesto de vicios y virtudes; ponderación y despropósitos; gente honrada y gente canalla; cofrades ante los que tenemos que quitarnos el sombrero, y otros que nos invitan al vómito; gente seria y pamplinas; gente sacrificada y vividores; fieles hasta la muerte y felones a la primera de cambio; gente que va a servir y otros que van a servirse. Así es, por mucho que ciertos individuos se empeñen en lo contrario y ataquen despiadadamente a quienes, desde la objetividad, desde el análisis serio, desde la investigación objetiva, ponderan lo que ven y escriben sobre lo bueno pero también sobre lo malo.

 

Puede que quien escribe este artículo haya practicado mas vicios que virtudes. Pero nunca ha practicado la felonía, la traición y mucho menos se ha servido de la Semana Santa para la promoción personal. Me tilda alguno de falso, y un amiguete (a lo mejor es él mismo con distinto seudónimo, de escritor “barato”). Seguramente todos los escritores “baratos” suelen tener como costumbre, en orden al terreno del que hablamos, la Semana Santa cofradiera, de escribir decenas de artículos para el álbum desde hace más de cuarenta años; para Gaceta de Ayamonte hasta el final de su existencia; pronunciar cuatro pregones –me siguen llamando buscapregones-; de escribir un libro sobre nuestra Semana Santa, y de escribir otros cinco con la sola finalidad de acrecentar el patrimonio de tres de nuestras hermandades o remediar una situación económica delicada. Y todo ello, no barato, sino gratuito, altruista.

 

Otros andan por ahí que han entrado en las hermandades con una mano por el suelo, otra por el cielo y la boca abierta. Han fingido desde el principio fidelidad, entrega, dedicación pura y simple. Pero no era así, y pronto fueron descubiertos por agarrar todo con las dos manos y tragarse todo lo que estaba a la altura de la boca. No se han conformado con ser capataz de un paso, o mayordomo, por ejemplo, ambicionan mucho más. Hasta que fueron expulsados. Y entonces, aquella falsa fidelidad se convirtió en felonía y rebuscaron en el seno de otras hermandades para repetir la misma historia a la par que hablaban mentiras y pestes de la anterior. Puros fantasmas.

 

Pero para ellos la Semana Santa, o mejor dicho, “su” Semana Santa, es perfecta: devoción, sacrificio, desinterés, entrega. Y sobre todo, por encima de todo, “Pasarela Ribera” por donde pasear sus ambiciones y sus felonías, son el desperdicio de un bello espectáculo, como esa basura que va dejando atrás la cabalgata de Reyes o la del carnaval. Pero se confortan atacando desde el anonimato –cobarde per se-, a los que, sin  dejar de reconocer y alabar virtudes, condenan sin ambagues vicios, que también los hay. Este blog seguirá hablando de nuestra Semana Santa sin miedos, con objetividad, pese a quien pese. Y lo mismo que ensalcé la labor encomiable del Soldadito, los Albertos o el Ultimo mohicano, sacaré los colores de la poca vergüenza a los que siempre se han aprovechado del mundo cofrade para colmar sus ambiciones.

 

Aunque siempre lo hemos creído así, Julio César nunca fue emperador, ni Roma logró vencer a Viriato. Al primero lo traicionaron  dos senadores en un principio cómplices de sus pretensiones de convertirse en dictador perpetuo; al segundo, sus hombres de su confianza, dos emisarios a los que compró el Imperio para que le dieran muerte en su tienda. Y en ambos casos, cuando los traidores corrieron a por su recompensa, oyeron aquello de “Roma no paga a los traidores”. Hemos heredado mucho de la historia de Roma: el Derecho, la Arquitectura, sobre todo. Pero nuestras hermandades no han tomado nota de cómo Roma castigaba a los felones, a los traidores, y algunas de ellas siguen albergano en su seno a estos individuos. Confían en ellos y al final tienen que soportar que saquen a relucir trapos sucios cuando no han podido salirse con la suya

 

El mundo del felón  es tan amplio como el de sus ambiciones. Y el mundo de las cofradías no iba a ser ajeno al fenómeno, como no lo es al mundo de la fidelidad, de la franqueza, de la pureza de corazón, como veremos en el siguiente capítulo de “Pasarela Ribera”.

 

A estos individuos del anonimato cobarde sólo me queda decirles lo que Miguel de Cervantes a Avellaneda: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá de lo halle. 

PASARELA RIBERA. Capítulo V. La levantá o el arte del "mal" copiado.

PASARELA RIBERA. Capítulo V. La levantá o el arte del "mal" copiado.

Que la Semana Santa de Sevilla ha sido, es y será ventana donde asomarse, caja de resonancia para sus alrededores, incluso los remotos como el nuestro, no es nada nuevo. Es nuestro modelo en casi todo; allá van los capataces en  noches de ensayos, y los muy, muy ayamontinos, a ver procesiones mientras las nuestras están en la calle. Sevilla, siempre Sevilla, lugar de peregrinación del Guardián del Registro, el Gago y el Villablanquero, que además de ver procesiones frecuentan “ciertas capillas” en las que el vino no es precisamente el consagrado. Copiamos de Sevilla casi todo.

Pero aunque parezca mentira, copiar no es fácil, quiero decir copiar bien, como es debido, porque eso de copiar mal, eso de meter un papel de calcar de mala calidad o usado, trae como consecuencia una mala copia, una pésima copia. Una de ellas se acrecienta en Ayamonte cada año hasta llegar como ha llegado al paroxismo del esperpento.

Ignoro cuándo sucedió, pero seguro que en cierta ocasión unos capillitas ayamontinos arribaron a Sevilla para contemplar in situ una ceremonia cofrade de gran arraigo: el retranqueo. Es una expresión  de especial acepción cofradiera pues la original pertenece al  mundo de la construcción. Consiste en que en la noche víspera de la estación de penitencia, con los pasos definitivamente montados se levanten éstos para comprobar la firmeza de la candelería, jarrones, coronas, hachones, etc. Si algo no va bien, es el momento de poner remedio y así evitar el desastre de tener que hacerlo en plena calle. No es una garantía absoluta, pero sí opera a modo de vacuna y normalmente se obtiene el resultado apetecido.

Yo no sé qué hicieron aquellos capillitas ayamontinos, qué vieron aquella noche, qué notas tomaron. Para mí que antes se habían pasado por la calle Muñoz Olivé a tomarse unos vinos con boquerones en adobo en “Blanco Cerrillo”, o por la calle Ribero a dar cuenta de unos buenos cacharros con arroz de paella y calamares fritos en el “Sindicato del Hambre”.

Lo cierto es que, de nuevo en Ayamonte, despertados ya de la resaca cofrade, con los pies en la tierra firme, como cuando santa Teresa levitaba, no se acordaron de lo que habían visto y mucho menos qué finalidad se perseguía en aquellos templos sevillanos. Pero como había que justificar el peregrinaje y ser además originales, se inventaron una maniobra distinta a la retrancá, y la denominaron levantá.

No se trataba de levantar los pasos para comprobar el buen estado del montaje general, cuestión esta que bien podía hacerse en la intimidad de los templos, con la sóla asistencia de capataces, costaleros, vestidores, en fin, los que tenían que estar y punto, no, se trataba de montar un espectáculo nuevo, “made in Ayamonte”. Y así se invitó a todo el pueblo a fin de que degustara y disfrutara de tal excepcional momento, un momento tan excepcional que ha derivado en puro esperpento, rodeado de una fanfarria, de una algarabía a nada comparables.

Se aprovecha el momento para asuntos que nada tienen que ver con la comprobación del montaje de los pasos. Así, se entregan placas a mansalva (Manolito Todocasa, el Lolo el de las Aspirinas, Rafaelito el Taurino llevan varias acumuladas); se rinde homenaje a alquien que ha regalado un broche, un pañuelo, unas caídas; se pronuncian discursos que no escucha nadie, ni los más cercanos al orador porque la gente está a otra bola; se provoca una subida de tensión en el sacristán porque la gente empieza a subirse a los bancos para ver mejor el espectáculo; los curas no partidarios de los “santos de palo” se quitan de enmedio y los cofradieros se extasian. Bandas de cornetas y tambores, bandas de música; alfileres enclavelados que te clavan en la solapa, aunque lleves chaleco de collareta, nada más llegar a las puertas del templo unas señoras ataviadas de peineta y mantilla como si fuera un Viernes Santo. Y hasta se dá una buena chicotá por entre las naves del templo, un pasito palante, María, un pasito patrás.

Los capataces le dan al martillo, entonces, no antes, se produce un silencio absoluto. Y  es cuando el capataz, en ese silencio cuasisepulcral, llama al boquilla como si este estuviera a cien metros de distancia; el otro, claro, le contesta de la misma guisa. Si nó, observen ustedes a mi sobrino Jesús el Galileo como se desgañita.

Y al final, cuando de la parafernalia “levantanera” se pase a la seriedad, cuando la “Pasarela Ribera” se convierte en juez de todo y de todos, es raro el año en que no se nos obsequia con una levantá infame o una arriá desastrosa.

Sí, fueron a Sevilla a copiar y metieron un papel de calco usado. Hijo mijo –como diría un puntero-, para ese viaje...

PASARELA RIBERA. EL ÚLTIMO "MOHICANO"

PASARELA RIBERA. EL ÚLTIMO "MOHICANO"

En cualquier actividad humana,  el concepto saga suele ser en algunas ocasiones el santo y seña  de la misma. Los rótulos “Hijos de…”, o” Fulano e hijos”, son frecuentes, y el Registro de Patentes y Marcas así lo acredita. El mundo cofrade no iba a permanecer al margen de este fenómeno.

 

Cuando don Antonio Asunción Lendoiro arribó a nuestra ciudad procedente del Norte peninsular para establecerse como industrial en el ámbito pesquero y conservero, no pensó que su saga familiar tendría una extensión en el mundo cofrade. Sin embargo, así ocurrió con el transcurso del tiempo.

 

Desde el primer momento de su actividad industrial el señor Asunción configuró una estrategia que a la larga vino a poner de manifiesto la efectividad de la misma: la vital importancia de la unidad familiar a la hora de la toma de decisiones, y el trabajo permanente, constante, como faro y guía de la misma. Las empresas de don Antonio Asunción Lendoiro contaban con unas oficinas, claro está, al frente de las cuales se encontraba él mismo y con despachos para sus hijos. Mas estos no eran mucho de despachos: preferían el suelo del la fábrica, del muelle, la cubierta de los barcos. Verlos trabajar como meros estibadores del muelle en el alijo de pescados o acarreando mercaderías en los carrillos de la fábrica era estampa repetida. Lo que antes decía, el trabajo como faro y guía.

 

Pero algo faltaba para que la familia Asunción formara parte del Ayamonte global, y ello no podía alcanzarse sin integrarse plenamente en el mundo cofrade, en el mundo de la Semana Santa, al que ya pertenecían desde años muchos colegas del sector empresarial. Una circunstancia casual abrió las puertas de la familia a ese mundo:

 

En  la España convulsa de la época, unos desaprensivos pensaron que una guerra se gana por el procedimiento del vudú, y una fiebre iconoclasta dio al traste con trabajos de años, con siglos de historia. Muchos autollamados demócratas y defensores de las libertades asaltaron nuestros templos en la mayor impunidad destruyendo altares, enseres, imágenes.

 

Y vino a ocurrir que encontrándose don Antonio Asunción paseando una tarde por los alrededores de la capilla de San Esteban, encontró entre los escombros el rostro mutilado de un “Ecce Homo”. Ahí comenzó todo. La familia Asunción encargó la restauración de la maltrecha imagen, que con el tiempo pasaría a ser la titular de una incipiente hermandad, que por cierto, nunca sería conocida por su título eclesiástico, estatutario, sino por la denominación familiar: la hermandad de Asunción. De la noche a la mañana la familia Asunción, al frente de la recién creada hermandad iba a cruzar por primera vez la “Pasarela Ribera”. La integración total en la vida local acaba de producirse.

 

Al frente de la misma, los cuatro hijos de don Antonio Asunción. Era el comienzo de una constante y eficaz saga cofrade. Sin desmejorar la contribución extraordinaria de los otros tres hijos –el segundo, conocido como “el Reina”, sigue siendo pieza fundamental en la hermandad, no sólo por sus aportaciones económicas, sino por la humana, pues algunos de sus hijos están comprometidos en ella muy seriamente-, el más joven de ellos, aunque hoy ya de edad avanzada, viene a ser el personaje más significativo de la saga. Y ello por su paso por todos los estamentos: hermano mayor, mayordomo, capataz, costalero… currante donde los haya.

 

Las sagas suelen difuminarse, lógico. Pero la dispersión no supone desunión, simplemente que los ideales de cada cual pueden tomar caminos distinto. Y este es el caso de la “Hermandad de Asunción”, que hoy recibe ya el nombre estatutario.

 

Algunos descendientes de los Asunción siguen formando parte de la cofradía, y de forma muy comprometida. Pero todavía les queda aprender, seguir los pasos del más pequeño de la primitiva saga, que hoy, sin cargos de responsabilidad se ha convertido en el peón que siempre fue : montaje de casetas,  monda de melocotones, limpieza de candelería, lo que haga falta, que de casta le viene al galgo, y el trabajo fue siempre el santo y seña de la saga.

 

Personalmente le admiro, y con independencia de sus “historias infladas”, de sus entrañables trolas –también en esto se nota la casta del galgo-, creo que sigue siendo un ejemplo a seguir, alguien que guarda en sus adentros fidelidad al pasado que le sirve de aliento para no perder de vista sus señas de identidad. Es, cómo les diría, algo así como… el último "mohicano". 

PASARELA RIBERA. Capítulo III. "Los Alberto".

PASARELA RIBERA. Capítulo III. "Los Alberto".

Cuando Julio César compareció ante el Senado romano para informar de su victoria sobre Farneces II de Ponto en la Batalla de Zela, pronunció la famosa frase que terminó trascendiendo hasta nuestros días: veni, vidi, vici.  Llegué, vi y vencí.

Siglos después, unos osados, intrépidos, audaces jóvenes ayamontinos, abrieron de par en par las puertas de un templo en estado casi ruinoso, y sin pensarlo dos veces dijeron algo parecido que el general romano. Llegaron, vieron, y el tiempo, que es juez inequívoco, nos dice que también vencieron. Y vaya que si vencieron, y de qué manera. Empezaron casi de prestados y hoy acumulan un patrimonio que asusta y es envidia de algunos que presumiendo de cofrades rancios, no les llegan a los tobillos.

Pero el elemento principal del patrimonio de estos intrépidos cofrades es sin duda el trabajo, la constancia, la mesura, aunque no lo parezca, la fe en el día a día, en sus proyectos, en el calado que desde el primer momento lograron en la sociedad, especialmente entre la juventud. Arrasan en todos los acontecimientos que organizan. Aforo completo. Siempre.

Líderes en audiencias, en asistencias, en seguimientos, en espectativas. Y también, que todo hay que decirlo, en algo que es consustancial con el mundo cofrade: la novelería, el pamplineo. Que hay que darle al llamador con guantes, pues se hace y litos; que hay que entrar en Tribuna Oficial al revés, pues se hace y listos; que hay que cruzar la Laguna, pues se cruza y listos; que hay que pasar varias veces por el mismo sitio como el Guadalquivir por Lora del Río, pues se pasa y listos; que nos empeñamos en romper tradiciones y nos traemos una banda de cornetas y tambores de la vieja Castilla, pues se trae. No faltaría más.

La de estos intrépidos no es una forma más de hacer cofradía, es la forma genuina de hacerlo, ni más ni menos. Unas hermandades nacen de una ideología concreta aunque con el paso del tiempo lo nieguen; otras nacen en el seno de una familia; otras desde la cartera; otras desde su particular ave fenix. Y en este caso, desde la ilusión y el trabajo, que hacen que todo parezca posible.

 

(En una ocasión en que nuestro equipo de fútbol profesional pasó por malísimos momentos que hicieron pensar incluso en su desaparición, dijo uno: que se hagan cargo los del Lunes y veréis como lo sacan adelante).

Aunque aparentemente lo hacen todo a bote pronto, precipitadamente, ocurre todo lo contrario, y el “sin prisas pero sin pausa” es su eslogan. A lo largo de los cuarenta años transcurridos desde la fundación de la hermandad, algunos fundadores, algunos viejos cofrades, algún que otro capataz, han ido quedando en el camino. Las discensiones en todo tipo de asociacionismo siempre han estado a la orden del día. Al final, como en la teoría darwiniana, siempre quedan los más constantes, que  precisamente por ello terminan siendo los más fuertes, los grandes supervivientes.

En esta querida hermandad, "los Alberto" representan a la aristocracia del evolucionismo de esta especie cofrade. Son tal para cual. Se han ido turnando en los cargos, pero siempre han estado en la cúpula, en la cima de la pirámide. No sé si las medidas las tomaron de forma mancomunada o solidaria, pero sí me consta que siempre juntos, de acuerdo. Pudieron con todos sus oponentes, sobre todo con aquellos que llegaron a servirse de la hermandad, no a servirla,  y que hoy,  desde la más despreciable felonía hablan mal de ella.

Han pasado, está a punto de ocurrir, cuarenta años desde la fundación, y l"os Alberto" han considerado que les ha llegado la hora del prudente retiro. No se van, que los grandes cofrades no se van nunca, simplemente se retiran de los cargos de gobierno para dejar paso a la nueva generación, aunque las malas lenguas digan que siguen mandando en la sombra, que han puesto en su lugar muñecos de paja, y que en las noches silenciosas en el templo mercedario se oyen ruidos de sables. No es cierto, es más, me apresuro en afirmar que es absolutamente mentira. Así me lo asegura una antigua dama de la Plazoleta, a la que creo a pie juntilla.

"Los Alberto" dejan encima de la mesa, no sables que hagan ruido;  dejan experiencia, mucha y buena experiencia madurada a lo largo de la “Pasarela Ribera” del trabajo y del sacrificio, que lógicamente hará que los nuevos los requieran en algunos momentos para demandarles un consejo, una opinión. Eso es todo, lo otro es pura maledicencia.

Ahora se dispondrán a celebrar el cuarenta aniversario fundacional, pues aunque el cuarenta no es número de celebraciones, seguro que algo harán: la novelería no puede cejar a estas alturas. ¿Veremos esta próxima Semana Santa  recogerse la hermandad subiendo la Gran Vía camino del templo?. De "los Alberto" y sus gentes todo es de esperar.

Al final, después de cuarenta años de ilusiones, constancia, trabajo, mesura, viéndolos juntos nos parecen hasta hermanos; tantas veces viéndoles juntos parece como si llevaran gabardina, como aquellos primos, magnates de las altas finanzas; cuando no están solos también están juntos,  acompañados de dos mujeres extraordinarias.

Son el último vestigio, nada de fósiles, de una increíbe odisea cofrade. Son, sencillamente, los Alberto del esparto.

PASARELA RIBERA. EL PIJERÍO.

PASARELA RIBERA. EL PIJERÍO.

No le demos más vueltas; no especulemos al tun tun; no tratemos de encontrarle tres pies al gato de la “Pasarela Ribera”. Que si algunos cruzan pisando como pisalenguaos; que algunos van encartonaos. Que sí, que está muy todo eso, y mucho más.

Pero después de mucho observar el fenómeno de nuestra especial pasarela, su entorno, su encuadre, su escenificación tan variada, y sobre todo la diversidad de personas que a ella concurren en fechas señaladas, especialmente religiosas, en el vulgo procesiones, he llegado a la conclusión de que nadie, absolutamente nadie, y ya pueden discutírmelo una y mil veces,  que no van a convencer, pisa, cruza, se recrea, se luce, se embelesa, se “ennarcisa” tanto en “Pasarela Ribera” como un pijo.

(Antes de seguir hemos de aclarar que el pijo capillita, el pijo cofrade, es una variedad del pijo genérico. El pijo genérico es ese joven al que gusta vestir, aparentar, lucir modos y maneras, ropa, perfumes, todo ello propio de personas pudientes. El pijo capillita no necesita grandes dispendios, con un traje negro, una camisa blanca, una corbata, unos buenos zapatos y un bote de gomina acompañado de una colonia medio aceptable, puede pasarse prácticamente toda su vida cofrade, a no ser que le de una alferesía o una cosa y pegue un estirón).

Dicho lo cual, la vida del pijita es muy concreta y repetitiva, aunque él nunca se canse de ella. Acaba de comenzar una Cuaresma cualquiera. Las hermandades han programado sus cultos: tríduos, quinarios, besamanos, besapiés, etc. A las puertas de los distintos templos el paisaje humano es fácilmente identificable: un determinado número de pijas, vestidos de traje negro, camisa y corbata, relucientes zapatos y gomina en cantidad, aguardan a que vayan llegando los fieles, en todo caso en medida escasa, de suyo en muchas ocasiones no acuden ni la mitad de los miembros de las juntas de gobierno, algún que otro costalero y milagroso resulta ver algún capataz de esos histriónicos en días de procesiones.

Los pijas ya tienen asumidos el papel que cada uno va a desempeñar durante la liturgia cuaresmal. De los cuatro que en ese momento se encuentran a las puertas del templo creo que el Alvarado, más conocido por el Tierra, se encargará de las lecturas; el conocido como el Escarchao hará de monaguillo; el Calderito es especialista en manejar el pañuelo durante el besamanos y el incienso en la procesión del Corpus; y el más joven de ellos, el conocido Robertote, aspirante a capataz pues de casta le viene al galgo, hará la colecta, no sé para qué dada la escasez de asistentes.

Los de la junta de gobierno van llegando a cuentagotas, algunos de mala gana, cosa que se nota. Como los pijitas forman parte de una novelería muy cofrade, el invento de la junta joven, a ellos se les encomienda todo el trabajo, todos los preparativos a fin de que se vayan curtiendo, pero cuando ya están curtidos y pasan a la junta de gobierno encargan esos menesteres a los nuevos miembros de la junta joven. (Con el invento de las juntas jóvenes ocurre lo mismo que con lo de la especial configuración de Agrupación de Cofradías, que cuenta con una junta de gobierno en la que no hay ningún hermano mayor, una especie de gestoría que en la ciudad ha dado grandes resultados dado el grado de preparación de los sucesivos presidentes y de las personas de las que se han ido rodeando).

El pijerío capillita es generalmente hereditario, no siempre, pero casi, aunque algunos adultos, incluso algunos ya metidos en años no logran desprenderse de ese halo pijeril que cultivaron en años mozos.

Hay dos momentos, dos ocasiones, en que el pijo destaca sobremanera: el 8 de septiembre, procesión de la Patrona, y en cualquier día del mes de agosto en que la hermandad organiza un acto cualquiera y soportando altísimas temperaturas arriban a los templos de la misma guisa que si del mes de marzo o abril se tratase. Como diría un ayamontino castizo, es que el pijerío se lleva en la masa de la sangre.

Como decía antes, al llegar a adultos los pijas se incorporan a tareas de adultos, especialmente a las de directivo y capataces; otros siguen trabajando por  su hermandad al margen de honores y de cargos. Y un camino que se bifurca nos ofrece la verdadera esencia del pijo: por una bifurcación irá la mayoría, es la que lleva al trabajo, el sacrificio, la entrega incondicional, a las trabajaderas, como ya está ocurriendo con el Escarchao, el Tierra y el Robertote; por la otra, un desvío para minorias, circulará un personaje derivado del pijo, vamos, lo que viene a ser como un pijo maduro ahora en forma de pamplina, porque no olvidemos que el pamplina también es un personaje indispensable en este complejo y querido mundo cofrade, y del que por supuesto nos ocuparemos en su momento. Y es que como dice el refrán: quien nace lechón...

PASARELA RIBERA. Capítulo II. La dignidad encontrada.

PASARELA RIBERA. Capítulo II. La dignidad encontrada.

Resulta difícil de entender. Pero a veces las desgracias, la venida a menos después de haber disfrutado de una gloria ficticia desde el principio, nos hace ser mejores personas, más válidas y sobre todo, más dignas. Este es el caso de un personaje de nuestro entorno cofrade que disfrutó durante años de su particular “Pasarela Ribera” a golpe de talonario. Su vida, especialmente la capillita, estuvo siempre revestida de oropel, sin más color que el verde de los billetes de la época.

Sentado a la puerta de una céntrica cafetería, ante una copa de coñac, mata el tiempo, indiferente a todo lo que le rodea, aunque siempre despierto y presto a una conversación, Manuel Soldado Martín, más conocido por Manolo Soldadito, o simplemente por Soldadito. Aparentemente no piensa en nada, como si la vida hubiera dejado de preocuparle; hoy sólo se ocupa de los avatares del diario, cómo ventilarse el pan de cada día, no necesita más, ni tampoco lo ambiciona.

Manolo Soldadito tuvo la desgracia de nacer rico, lo que enervó en él cualquier tentación de trabajar o de asumir alguna responsabilidad. Manejó siempre el dinero con asombrosa fluidez –sus padres nunca pusieron objección alguna a su constante demanda, no para vicios, que creo no los tenía, sino más bien para caprichos, los propios de un niño rico y mimado-. Fue presidente de un equipo de fútbol, de una asociación de cazadores, de la asociación de tiro de pichón, sin que en ninguna de estas instituciones pintara absolutamente nada, salvo a la hora de poner dinero.

Y como no podía ser de otra manera, terminó arribando a una cofradía de penitencia. No sabía nada de la vida cofrade, pero sí sabía –aunque muchos lo han pensado siempre, Soldadito no era tonto- que siguiendo su conducta generosa, soltando billetes, sería bien recibido y considerado. Y así fue como Manolo Soldadito cruzó vara en ristre, la “Pasarela Ribera”.

Los avatares de la vida dieron al traste con  todos los planes de Soldadito, cayó en desgracia en todos los órdenes, de lo que no es menester hacer aquí especial referencia. Al venir en desgracia económica, vino también en desgracia en todo lo demás que había cultivado desde la más pura apariencia. Fue ninguneado y pronto olvidado en el seno de su propia hermandad, aquella que lo había elevado a categoría de gran protector, poco menos que miembro imprescindible de la junta de gobierno, a la que perteneció desde el mismo momento en que depositó el primer talón bancario en su tesorería.

Mas un día, inesperadamente, Soldadito notó que su vida daba un vuelco, que por primera vez notaba que su vida sí podía tener sentido, que podía ser útil aun en la pobreza, que aquella “Pasarela Ribera”, puro paripé, podía convertirse en algo real, fructífero, digno. Y fue que encontrándose en la capilla del Nazareno de su devoción, notó que un pliegue de la túnica quedaba algo torcido. A su espalda oyó cómo el mayordomo de la cofradía le decía: no le des vueltas, ese defecto lleva así años, nadie sabe ponerle remedio, ni siquiera gente de Sevilla que ha venido expresamente. Sin contestar, Soldadido tomó el pliegue en sus manos, miró el rostro del Señor con mirada de plegaria, y tras dos movimientos habilidosos logró enderezar el pliegue. Asombrado el mayordomo llamó al hermano mayor para que fuera testigo de aquella especie de milagro. A partir de aquel incidente, Soldadito recuperó un puesto destacado en la cofradía, sin vara, sin ninguna insignia, ya no cruzaría más la “Pasarela Ribera”, ahora esa pasarela se iba a circunscribir al entorno de aquella capilla: Manolo Soldadito recibió el encargo de vestidor de la imagen.

Me siento un rato a su lado, conversamos de cosas banales, y a veces serias. Le veo tranquilo, feliz, cuenta con el amor de los suyos y con suficiente habilidad y agallas –quién lo hubiera dicho años atrás- para ganarse el pan de cada día. Ni quiere más, ni le hace falta. Manolo Soldadito, -paradójicamente-, encontró la dignidad, la paz, se sintió útil a sí mismo y a los demás precisamente cuando nada material tenía que dar a cambio, cuando en sus bolsillos no había más dinero que el necesario para pagar la copa de la que disfruta, cuando la “Pasarela Ribera” dejó de ser una pesadilla, que es así como hoy la recuerda.

PASARELA RIBERA. Capítulo I.

PASARELA RIBERA. Capítulo I.

Al destacado cofrade ayamontino, Manuel José Santana Miranda, popularmente  conocido por el Santa, algo que a él le hace poca gracia, salvo cuando le dicen don Santa, que es harina de otro costal, le gusta la pesca con caña sobremanera, hasta el punto que esta tarde de un otoño bien avanzado, fría y ventosa, no ceja en su afición, y aunque refugiado en el interior de la cafetería la Esquina la Dársen, situada en la esquina del Muelle de Portugal con la avenida de Villarreal de San Antonio, lugar donde combaten todos los vientos, sobre todo el que sopla esta tarde, el temido Poniente, tiene lanzadas tres cañas en la esquina de la doca, que es como los ayamontinos suelen llamar a su dársena. No las pierde de vista, por eso espera que llegue a la cafetería Pedro Suárez, uno de sus fieles colaboradores en las tareas cofrades, que además es el encargado de uno de los varios comercios que don Santa regenta en el centro del pueblo. Pedro es también un gran aficionado a la pesca con caña, aunque muchos dicen que esa afición le viene desde el día que en don Santa lo “pescó” para su hermandad. En todo caso, cuando el señor Santana Miranda pesca, su fiel colaborador leva las cañas para empatar los anzuelos, reponerlos si han perdido, enganchados en una piedra o un cable del fondo del río, limpiar la tansa y la plomada de limo, etc.. El Santa sólo las levanta cuando siente que alguna pieza ha picado y así disfrutar del momento de la captura.

 Al señor Santana lo de la Semana Santa le viene de herencia. No es el primer caso. Es lógico que los hijos colaboren con sus padres en todos los menesteres, y en esto de las cofradías terminan produciendo el efecto hereditario. Esta es mi hermandad, la que fue de mi padre y de mi abuelo. Y al ser hijo y nieto único, miel sobre hojuelas para considerarse más dueño todavía.

 Como hermano mayor, Manuel José Santana es muy habilidoso, en su junta de gobierno cuenta con varios profesionales, que a cambio de la esfímera pero muy deseada gloria que ofrece la “Pasarela Ribera”, trabajan con denuedo y constancia para la misma. Que hace falta un carpintero, lo tiene en su hermandad; que hace falta un mecánico, un electricista, lo que se tercie, en todo momento cuenta con el especialista que se necesite.

Pero ha llegado el momento en que se hace necesario un nuevo fichaje, de ahí que el hermano mayor se haya citado con su mayordomo, en la cafetería Esquina la Dársena, a la que espera arribe alguien que, sin saberlo, terminará formando parte de la junta de gobierno. Desde hace tiempo se está haciendo necesario dar un buen repaso a la casa-hermandad, que presenta grandes desconchados y humedades. Se necesita para ello un buen pintor de brocha gorda que afronte la tarea, sin cobrar, claro, pero eso sí, a cambio de una insignia que portará ufano y glorioso por la “Pasarela Ribera”. Se le nombra vocal de algo y aquí paz y luego gloria, que a nadie  amarga un dulce, y nuestro Paseo, convertido en pasarela, no es un dulce a secas, es la mayor y más apetecible de las tartas ayamontinas.

 Desde la Rambla del Consorcio, camino de la cafetería, viene un indivíduo de gran estatura, seco de carnes aunque prietas, se nota cómo afloran los nervios sobre la piel. Quemado más que moreno, como resultado de su constante exposición al sol como pintor y blanqueador. Viene acompañado de Vicente Reguero, otro de los colaboradores fijos de la hermandad y directivo de la misma. No fue fichado por ostentar una especialidad profesional que pusiera al servicio de la hermandad. Vicente fue fichado para una de esas actividades colaterales de la cofradía: las sardinás que organiza el hermano mayor, en cuya elaboración es un auténtico especialista. Es también empleado del señor Santana como encargado de una casa de comidas que este posee junto al Canto de la Villa, cerca del parador. Todo queda en casa, que diría alguien.

 El encuentro está a punto de producirse. El resultado, más que previsible para el anfitrión y sus colaboradores, será, sin embargo una sorpresa para Serafín el Largo, que así es conocido el pintor. Poco se imagina que hoy podrá hacer inmensamente feliz a su mujer, aunque ello le supondrá un considerable gasto en rasos, toquillas, peinetas, porque por la Pasarela Ribera hay que ir elegantes, no faltaría más.

PASARELA RIBERA. PRESENTACIÓN.

PASARELA RIBERA. PRESENTACIÓN.

Pasarela Ribera es una metáfora que nace de mi mente calenturienta y de mi inocente y fina mojarra. Responde a la necesidad de encontrar un elemento literario que abarque las vicisitudes, sueños, deseos, ambiciones, altruismos, sacrificios, del mundo cofrade, tan complejo y a la vez tan difícil se entender a veces. Costaleros agnósticos, capataces que no pisan un templo en todo el año, gentes que van a servir y otras a servirse, celos, envidias, afanes desmedidos de figurar, de tratar de ser alguien importante, otras que se entregan con denuedo, afán, desinterés, humildad. La viña del Señor en todo su esplendor.

Media hora de efímera gloria es suficiente para muchos, y esa media hora se consume cruzando el Paseo de la Ribera, nuestra particular pasarela, participando en una procesión, portando vara, estandarte, bandera, cualquier insignia. Otros muchos permanecen en el anonimato, la conciencia tranquila fruto del desinterés, la devoción auténtica. Pero todos, por usarla o no, están sujetos a los dictados de la Pasarela Ribera, en ella se encuentra la auténtica vara de medir de este mundo tan real como ficticio, tan auténtico como figurativo.

El trabajo que vamos a iniciar en Mojarrafina, es una especie de ensayo novelado, un género que en sí mismo no existente pero que nosotros nos vamos a permitir el lujo de crearlo. Ensayo porque refleja una observación minuciosa del mundo cofradiero, todo según el prisma del autor, y novelado porque en su descripción, en su estudio, aparecen personajes ficticios, aunque el lector, como suele ocurrir en estos casos, busque similitudes. Inevitable. A este respecto sólo nos queda decir, en cuanto a los personajes que aparecerán, que todo parecido con la realidad no será mera coincidencia… a veces.

Publicaremos el trabajo por capítulos, en forma novelada como queda dicho, sin que haya correspondencia entre uno y otro, salvo llegado el momento en que personajes, situaciones, acciones, anécdotas terminen coincidiendo en un lugar inevitable: la “Pasarela Ribera”.

Esperamos y deseamos sea del agrado de los blogueros.