AYAMONTINOS INOLVIDABLES. Manuel Correa Narváez,
La sola contemplación de la fotografía que ilustra este artículo nos pone en relación con la más genuina expresión de serenidad, elegancia, compostura y otras virtudes que confluían en el personaje en cuestión.
Muchas veces en este blog se han citado aquellos inolvidables carrillos de las chucherías: Carmelo, Antonia, Chipirripi, Luís Reyes y Luís el de la Peiná…y Paciencia.
Nuestro personaje de hoy, nuestro ayamontino inolvidable no es ni más ni menos que Manuel Correa Narváez en el siglo, y para sus paisanos, sencillamente Paciencia. Era el carrillero más ordenado, educado, aseado y sobre todo, haciendo gala de su apodo, paciente.
Solía situarse en una esquina, la del Paseo de la Ribera con San Diego, su carrillo presentaba un orden increíble para los usos de aquellos tiempos. Una serie de cajitas ordenadas, de distintos tamaños para los distintos productos y para el dinero. Nunca fue posible ver dos cajas destapadas a la vez, el orden de Paciencia se lo impedía: antes de destapar una había que cerrar la anteriormente abierta. ¿Educación?, a raudales. Y no sé si estoy en lo cierto, pero siempre se oyó decir que era un buen matemático.
En todo caso, ayamontino inolvidable, ejemplo de civismo. Y no crean ustedes que vendía cualquier cosa: su producto estrella quizás fuesen los famosísimo caramelos “San José”. Termino dando las gracias a su nieto por haberme facilitado esta irrepetible foto, es una de esas fotos que en sí misma supone un relato histórico.
5 comentarios
EL GUARDIAN DEL REGISTRO -
El Torrija -
El prosista, el cocinero, falta el poeta de la calle Buenavista.
Saludos
El Bardita -
Señor Uno que vivía por allí, a las patatas antes de vaciarlas con la cucharilla, cuantos minutos hay que darle de cocción.
Saludos
uno que vivia por allí -
Y como la cosa vá de paciencia ahí va una de paciencia y beun bocado:
Patatas rellenas de Caren.
18 patatas blancas, medianas y redondas.
1/2 kilo de carne de ternera picada.
2 cebollas.
1 vaso de aceite de oliva.
2 dientes de ajo.
1/2 vaso de leche.
1/2 vaso de vino blanco seco.
1 huevo.
1 hoja de laurel.
1 cucharada de harina de trigo.
Sal, pimentón dulce y ralladuras de nuez moscada. Pelar las patatas y con una especie de cucharilla especial, vaciarlas con cuidado de no romperlas y reservar las ralladuras que se saquen del interior.
Poner una sartén al fuego con la mitad del aceite, una de las cebollas ralladas y uno de los dientes ajo, finamente picado. Antes de que se doren, se echa la carne picada y se rehoga un poco. Entonces, se añade la leche y la harina, removiendo todo bien para que no se formen grumos, echar un poco de sal y cuando la pasta esté bien hecha, apartar de fuego y dejar enfriar. Cuando la masa esté templada, ir rellenado con ella las patatas.
Disponer en un plato el huevo batido y en otro un poco de harina. Cuando las patatas estén rellenas, pasar el extremo por donde hemos hecho el relleno, primero por el huevo batido y después por la harina.
Poner una cazuela al fuego, con la otra mitad del aceite, la otra cebolla, picada en juliana y el otro diente de ajo picado. Rehogar ligeramente e ir colocando las patatas. Cuando estén todas, cubrir de agua y echar la hoja de laurel, unas ralladuras de nuez moscada y las ralladuras que hicimos al vaciar las patatas. Cuando rompa a hervir, bajar el fuego y dejar que hierva muy poco a poco, para que la salsa espese y cuidando de que no se agarre al fondo. Cuando las patatas estén tiernas, apartar del fuego y servir.
Núñez González -
Corría los primeros años de la década de los cincuenta, me asomaba al mundo, a conocer Ayamonte mi pueblo, comenzabas a incorporar a mi retina la paleta de colores de aquellas calles blancas, el blanco de cal de las fachadas, la viveza de colores, los sonidos que formarían parte de mi vida, las voces de los vendedores ambulantes pregonando su mercancía, el eco interminable de las madres llamando a sus hijos, la exclamación alegre en los saludos entre vecinos, el tierno acento de los que pasaban y se dirigían a mi al reparar en mi presencia. Era un mundo de acogida en donde recalaban los personajes de un mundo que se abría para mí, todo se iba almacenando para siempre en mi memoria. Me llevo al niño pa bajo, decía mi hermana, ten cuidado no lo pierda de vista, decía mi madre. Mi hermana me llevaba cogido de la mano, yo embobao me iba fijando en todo, aprendiendo todo, como aquel espacio donde estaba la peluquería del señor Curro, el estanco y un carrillo donde vendía un hombre caramelos, aquí me sorprendía más aquel carrillo con tantas cajitas de color mezcla de rojo y marron, aquella parsimonia y educación en las ventas, pasaron unos poquitos años, ya me dejaban ir solo con una paga los domingos para el cine y un caramelo que compraba en el carrillo del señor de las cajitas. Mucho tiempo después, un día cualquiera, paseo por Ayamonte y me detengo en aquel espacio que yo conocí, desde chiquitito, no esta la peluquería del señor Curro, no hay tertulias en la puerta, pasan otras gente, no esta el carrillo ni aquel hombre bueno, educado, para comprar un caramelo, hoy me he enterado como se llamaba, yo lo conocía por el señor Paciencia. Todo lo que conocí y aprendí en aquel lugar, las voces y los olores que la poblaron permanecen sólo en mí recuerdo.
Gracias señor Trini, por el artículo al señor Manuel Correa, y gracias por llevarnos a los veteranos a nuestra infancia.
Saludos cordiales desde otras tierras.