AYAMONTINOS INOLVIDABLES. 8: Juan Domínguez Giráldez (Juan el barbero)
Una mañana cualquiera del pasado siglo, mediados los cincuenta, un niño sale del número 9 de la calle Olivo (el Peñón), camino de la escuela de Los Marinos; un poco por delante, apoyándose en un bastón, va un joven llamado Juan Domínguez Giráldez, camino de la calle Real para girar a la izquierda en su mitad y entrar a la barbería del maestro Celedonio. En aquella ilustre barbería, Juan aprendió el oficio, se hizo oficial, para establecerse después por su cuenta, primero en la entonces calle Capitán Cortés, frente a la farmacia, y después en calle Calvo Sotelo, hoy Hermana Amparo.
Muchos años después, aquel niño, hoy ya en la llamada tercera edad, escribe la semblanza de un hombre extraordinariamente popular, grandísimo profesional, enorme padre de familia, de un ayamontino inolvidable: el que terminara siendo maestro Juan el barbero.
Junto a él se desarrolló mi infancia en aquella calle Olivo de familias unidas; su padre, Antonio Domínguez Saldaña, carpintero de Ribera; su madre, María Giráldez, María la Portuguesa, costurera, y sus hermanas Ana y Angustias, y mi tocayo Trini, eran como de mi familia, como así nos considerábamos todos en el barrio.
Padre de familia numerosa, la barbería fue su sistema de sustento. Y las rifas, la venta de mantecados, la reventa de lotería de Navidad, todo para ayudar a sacar adelante a aquella numerosa prole del brasil de los Vázquez en la calle Lepe. Sus amigos, Chanoca, Adelino, el Popi, Horacio y otros muchos, decían con buen sentido del humor que hacía más participaciones de la cuenta sólo para irritarlo, y que encendía velas a todos los santos para que no cayera el premio. Bromista de primera fila, las soportó de todo tipo y algunas muy pesadas.
Juan tenía un juego de espejos en la barbería de tal manera situados, que controlaba a todo el que deambulada por las calles adyacentes, la de la propia barbería y calle Zamora. Terminó sus días en un piso en la plaza de San Francisco, y tuve la satisfacción, ya en sus últimos días, siendo ya abogado, de arreglarle un asuntillo referido al local donde tenía la barbería y que se veía forzado a dejar al jubilarse. Aquellas perras le vinieron muy bien y la minuta fue un abrazo de agradecimiento del que me sentí muy satisfecho.
Juan Domínguez Giráldez, Juan el barbero, nos dejó hace mucho tiempo, pero por todas las razones expuestas y por mucho más, sigue estando en la memoria de todos los que le conocimos y tratamos. Es y será siempre, un ayamontino inolvidable.
4 comentarios
JOSE MIGUEL -
Fotea -
Banderín -
Realmente se lo merece.
Yo lo conocía, y por favor no quiero herir sensibilidades y si aún así lo hago pido perdón, como Jual "el cojo".
Los miembros masculinos de mi família siempre ibamos a "pelarnos" a la barbería del maestro Celedónio y como entonces yo era pequeño, me correspondía el trabajo de Juan, ponía la banqueta encima del asieto y ¡hala a la faena¡.
Entrañable, realmente entrañable el maestro Juan.
Trini Flores -