En muchas ocasiones, en la inmensa mayoría de ellas, se suelen invertir los términos en las relaciones humanas de dependencia. Yo no sé si en alguna ocasión Messi y Cristiano Ronaldo han pensado que todo, absolutamente todo lo que son y tienen se lo deben a ese espectador anónimo que calienta ese asiento de plástico, a veces sucio, húmedo, descascarillado, de los estadios; que por muchas que sean sus habilidades no ganarían un céntimo si cuando salen a jugar el estadio estuviera vacío. Es un ejemplo, sólo un ejemplo para poner de manifiesto que somos los ciudadanos de a pie, los anónimos, los que con nuestra presencia damos lustre, valor y entidad a cualquier manifestación y por supuesto, damos lustre, prestigio y hasta fama a sus protagonistas.
Pero ocurre que cuando alguien llega a la cima del poder, de la fama, de la popularidad, empieza a creerse el ombligo del mundo, que sus movimientos, sus quehaceres, son inescrutables, y que los de a pie nos tenemos que conformar con acatar sus actos, sus decisiones, y por supuesto no sienten obligación alguna de ofrecer ningún tipo de explicación, ni siquiera a aquellos que han motivado su estatu, con sus votos. Se creen en posesión de lo siguiente a la patente de corso, que consistía en repartirse el botín el corsario y el monarca, porque ni parten, ni reparten, ni comparten. Son especialistas en secretismos. Ocurren cosas raras que alarman al común de los vecinos y ni siquiera dan una explicación medio entendible.
Concretamente, en nuestro mundo cofrade, acuerdan, por ejemplo, restaurar una imagen sagrada de incalculable valor económico y sobre todo artístico, y creen que basta que se apruebe en una junta de gobierno, sin anunciarlo siquiera al cuerpo de hermanos, ni mucho menos a esos ciudadanos anónimos que gastan suelas en una esquina, en una acera, para ver pasar esas imágenes y sin cuya presencia ellos no serían nadie, si es que se puede ser menos en muchas ocasiones de sobra conocidas.
En el caso ahora debatimos, un acuerdo que ni Dios sabe quienes lo tomaron, pero mucho me temo que la Política tiene mucho que ver, pero sin duda a espaldas de todos los que no pertenecen a la élite, hace que el cartel de Semana Santa se presente cuando todavía más de uno está atragantado con un polvorón. ¿Y ello para qué?. Y si por más inri resulta que cuando el cartel se presenta en el Cardenio “para se llevarlo a Fitur” ese mismo día se clausura la feria turística, una de dos, o no se lleva porque no da tiempo, o se ha llevado antes, lo que hace ociosa esa esperpéntica presentación fuera de Cuaresma. Pero lo peor no es eso, lo peor es que nadie da explicaciones, y no trates de `preguntar, amigo globero, que te juegas te miren con desdén, incluso con “misericordia” por tu atrevimiento, y te salgan con esa odiosa frase de “el que quiera hacerlo mejor, que lo haga él”, aunque no te dan opción porque no se van ni con agua caliente. Ni se van, ni dejan espacio para que otros lleguen, todo un mundo endogámico. Eso sí, cuando desfilan al frente de los pasos y las calles están abarrotadas, sí que te miran, pero es para que les mires tú a ellos y así hinchan el pecho. No esperes más. De ese mundo esotérico, megalómano, incluso endogámico a lo Juan Palomo, no se puede esperar otra cosa.
En su momento, cuando las cenizas sean esparcidas anunciando la Cuaresma, ya tendremos tiempo que analizar el cartel de Pepe Garcés. Ahora no, ahora estamos en tiempos inventados en esta Semana Santa nuestra tan querida que muchas tratan de inmortalizar personalizándola y politizándola.