Blogia
Mojarra Fina: El Blog de la Mojarra Fina Ayamontina

Historias en Pazguato y Fino

HISTORIAS EN PAZGUATO Y FINO. Siempre nos quedará nuestro al sorpuesto.

HISTORIAS EN PAZGUATO Y FINO. Siempre nos quedará nuestro al sorpuesto.

Ya tuve la ocasión de tratar de esta expresión en mi primer libro, "La peculiar forma de hablar de los ayamontinos": al sorpuesto. O lo que es lo mismo en el lenguaje vulgar: atardecer, ocaso, puesta de sol...

En estos últimos tiempos son frecuentes los comentarios de algunas familias de Ayamonte residentes en Cataluña. Añoran su tierra y me siento orgulloso de que disfruten de este modesto blog.

Hoy traigo a colación nuestro incomparable al sorpuesto, esa puesta de sol in comparable de la que siempre nos hemos sentido orgullosos. Esta vezme he alejado de las vistas típicas, es decir, las puestas de sol en el Guadiana. Como esas, ninguna.

Pero el al sorpuesto ayamontino brilla en todos los lugares de nuestra querida tierra. Esta fotografía la quité ayer en el Paseíto Nuevo, mirando hacia el Huerto de los Íñiguez, con esos árboles gigantes judando al escondé con el sol que empieza a despedirse.

Detrás de ese bello al sorpuesto pueden vislumbrarse, el molino de los vientos, el cementerio, hasta la torre del Salvador, todo el Norte ayamontino teñido de rojo anaranjado o de naranja rojizo.

Esperemos que con esta embelesadora vista se anime el amigo Bole, que hace tiempo que no aparece por aquí y el Núñez anda preocupado. 

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 7: Pepe Franco, de los albures en adobo a la raya en pimentón

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 7: Pepe Franco, de los albures en adobo a la raya en pimentón

Con toda seguridad, el parque Carlos Mesa de la ribereña Coria del Río, fue testigo de sus juegos de niño y de sus garbeos de mozo maqueando. Con toda seguridad, su primer cacharro de vino lo acompañó con una tapa de albures en adobo que en Coria preparan que quitan el sentío.

Desde pequeño disfrutó de un futbol de calidad, cuando el Coria era cantera del Sevilla y parió a grandes jugadores en el estadio Guadalquivir, pero un día arribó a Ayamonte para convertirse en uno de los mejores porteros que ha tenido nuestro club en toda su larga historia. No era un portero alto, pero su gran elasticidad y sobre todo sentido de la colocación bastaban.

Un buen día, al coriano recién llegado le metieron un golazo por toda la escuadra. No fue en el campo de fútbol, ni jugando al fútbol. Fue, sencillamente, que una hija de Ortiz el de la acordeón lo dejó sin respiración, después le hizo el boca a boca y desde entonces Pepe Franco, dejando en sus pulmones sus aires corianos, se insufló de los ayamontinos, obteniendo así la doble vecindad, sentimental por supuesto.

Yo se que Pepe Franco ama a su Coria natal, como debe ser, pero también se de su cariño por su nuevo pueblo. Pepe es hombre que transmite alegría, incluso en esos domingos nefastos en que al Ayamonte no le sale una a derechas siempre nos queda el recurso de darle una broma en la seguridad de ser contraatacados con ese excelente sentido del humor de que siempre hace gala.

Cierto es que Ayamonte es tierra de pintores, por eso Pepe Franco, como buen ayamontino que es, también quiso demostrar su ayamontinismo en eso, y ahí tenemos al Dani.

Podríamos seguir horas y horas hablando de Pepe Franco, pero ya le advertí que el blog sólo recoge una semblanza de los personajes, y la semblanza, por su propia naturaleza, es instrumento literario breve. Todo lo demás que quieran pueden escribirlo los blogueros.

A mí solo me falta decir que mi amigo Pepe Franco es un coriano de categoría, hasta la médula, pero también es, y eso se lo ha ganado a pulso, un gran ayamontino, a mayor abundamiento, pazguato y fino.

 

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 3: Paco Márquez, el médico que nunca tiene prisas

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 3: Paco Márquez, el médico que nunca tiene prisas

 

“Yo soy del Cerro, señores, San Benito es mi patrón”. Cuando a uno le consta que el personaje del que hoy tratamos ha oído en infinidad de veces la letra del que quizás sea el fandango más famoso de El Cerro de Andévalo, incluso que lo haya tatareado en infinidad de ocasiones, lo primero que se plantea es como arreglárselas para otorgarle el título honorífico recién creado en este blog: Ayamontino, Pazguato y Fino.

No se preocupen mis lectores, que no va a resultar nada difícil, es más, el personaje en cuestión nos lo va a poner lo que se dice que bandeja.

Allá mediados los setenta del pasado siglo, concretamente en 1.976, arribó a Ayamonte u nuevo médico de la Seguridad Social. Poquita cosa desde el punto de vista morfológico, pero, amigos, al final resultó todo un rebelde, pero con causa. Trató de desbaratar toda la trama de molicie, de comodidad funcionarial,  del entonces ambulatorio. Pretendió entre otras cosas, y eso sólo se les ocurre a los locos aventureros, que los médicos de cabecera llevaran una ficha por cada enfermo y escribieran en ella el historial, y barbaridades por el estilo. Vivió enfrentamientos casi con todos, menos con un colectivo: los pacientes. Y para él era lo esencial.

Sus aires serranos se confundieron pronto con los salinos, y de esos aires alumbraron dos hijos que aunque nacidos en Huelva –ya se sabe que desde que el gran Ceada nos dejó sin centro de maternidad los ayamontinos nacen en Huelva salvo parto repentino- son  a todas luces ayamontinos, y su vida junto a Maribel es una vida de auténticos ayamontinos, aunque lógicamente la nostalgia será siempre la nostalgia.

Carnavalero de primera fila, iba incluso a la consulta de tal guisa, ha participado siempre en todo aquello que Ayamonte le ha demandado, principalmente en asociaciones sociales y benéficas, como Aspreato, lo que quiere decir que su participación fue siempre altruista.

Médico rabiosamente vocacional, jamás mira el reloj cuando está atendiendo a un paciente, y la prudencia de sus diagnósticos hacen que salgas de la consulta convencido de que te has puesto en buenas manos. Como dicen que los que duermen en un mismo colchón comparten la misma opinión, Maribel no le va a la cola y se ha ganado a pulso ser, aparte de los padres, abuelos y hermanos, la persona más querida de muchos niños ayamontinos.

Yo me permito el lujo de otorgar a don Francisco Márquez Márquez, es decir, a Paco Márquez, el título honorífico de Ayamontino, Pazguato y Fino.

 

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 3: Benito Ramírez, el jefe efectivo y amable

HISTORIAS DE PAZGUATO Y FINO. 3: Benito Ramírez, el jefe efectivo y amable

Ayamonte ha sido siempre, y sigue siéndolo, una ciudad en la que ha imperado el dualismo, un dualismo de todo tipo: la Villa y la Ribera, la cal y la sal, el campo y la mar, arriba y abajo, la Laguna y el Paseo, el Casino España y el Círculo Mercantil, Oliva y Martín, Casto y Villegas,  el Adoquín y el Lana y … Ramírez y Ramón.

Nuestro personaje de hoy es el fruto de ese Ayamonte tan dual, es hijo de uno de los taberneros más conocidos hace años, propietario del bar de su apellido: bar Ramírez, allá en el entorno de la Plazoleta, el barrio de nuestro olvidado beato, precisamente Ramírez también de apellido, y digo olvidado por nuestra Iglesia Oficial, que lo mantiene beato habiendo sido mártir mientras sube a los altares en una turbocanonización a don Josemaría, en fin, pilarín.

Benito Ramírez llega a esta página por méritos propios, porque a mi entender, se lo ha ganado a pulso. Es a la vez enérgico y amable, rápido y tranquilo (durante una Semana Santa de hace años desapartó una pelea entre dos contendientes llevándose a uno de ellos debajo del brazo como el que lleva un paquete), sabe mandar y sabe obedecer, por eso ostenta el cargo de jefe de la Policía Local. Pero, ¿por cuánto tiempo?.

Yo no sé a quien se le ocurrió que a este tipo de cargos pudiera optar cualquiera, venga de donde venga y cuente con los antecedentes que cuente. Lo cierto es que este cargo a que me refiero en muchas ocasiones lo ostentan personas que no conocen para nada el pueblo, ni a sus gentes, sus costumbres, y luego pasa lo que pasa, que duran menos que los nuevos programas de Telecinco.

Cuentan los evangelios que cuando las mujeres que habían acompañado a Jesús hasta el Calvario llegaron al sepulcro y lo encontraron vacío, se les acercó un ángel y les dijo aquello de “¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?”.

Yo le diría al legislador algo parecido: ¿por qué buscas fuera lo que ya tienes dentro?. Sobre todo en este caso, en que el gran jefe, además de valer, servir, es respetado por sus compañeros y sobre todo querido y respetado por las gentes. Y además, con un añadido importantísimo: Benito Ramírez no sólo es ayamontino, es, además, pazguato y fino.

 

HISTORIAS EN PAZGUATO Y FINO. 1: Los orígenes

HISTORIAS EN PAZGUATO Y FINO. 1: Los orígenes

 

Cuando el general Caracalla arribó a las costas donde desemboca el río Ana –ostium fluminis anae-, lo hizo por todo lo grande, poniendo de manifiesto el poderío del Imperio Romano: galeras con artillería de catapultas, barcos para el comercio de más de cincuenta metros de eslora y quince de manga y puntal aparejados con velas cuadras en tres palos con una gavia sobre la vela mayor, provisiones, soldados…todo ello con la finalidad última de todo imperio que se precie, la conquista y ocupación de nuevos territorios.

Al atardecer de aquel día las tropas romanas vinieron a disfrutar de un espectáculo como nunca habían visto otro igual. Parecía como si las fuerzas de la naturaleza se hubiesen unido en misterioso complot para el deleite de la vista de los humanos. Sol, nubes, agua, cielo, todo formando un todo indescriptible, una puesta de sol para el embeleso.

En la ribera del río Ana descubrieron una silueta. Al acercarse a ella pudieron comprobar que se trataba de un habitante de una ciudad denominada Aya- que quiere decir monte- y quedaba algo más al norte y que posteriormente sería su nombre ampliado con el topónimo en latín que vendría a ser una repetición, salvo en la fonética, pues nadie diría dos veces “monte”, sino “Montis Aya”, que a la postre derivaría en “Aya Montis”. Aquel aborigen daba un perfil bien  definido, de sorpresa, de embobamiento, de candidez, ingenuo, y se vislumbraba sin malicia ni doblez, simplemente disfrutaba de la belleza, nada más. Procedía de las familias iberas y tartessas, de ahí su otro perfil: delicado, sutil, suave.

Al primer perfil los romanos lo vinieron en llamar con el apelativo “pazguato”; al segundo, con el de “fino”. Ya en el trato diario, en virtud de la nueva denominación dada por ellos a la zona descubierta y recién conquistada, los aborígenes fueron llamados “ayamontinos”.

Pero tardaron los conquistadores en descubrir algo nuevo y que ya perduraría a lo largo de toda la Historia, hasta nuestros días. Y ello fue que aquella tarde en que arribaron a las lenguas de arenas de la desembocadura del río Ana, lo que en realidad habían tenido ante sí era algo más simple y a la vez más misterioso. Habían descubierto, sin saberlo, al auténtico ayamontino: el Pazguato y Fino. 

En adelante, y al menos una vez en semana, vamos a traer a este blog historias en Pazguato y Fino, es decir, en ayamontino. Sólo les pido que no traten de averiguar si son ciertas o inventadas. Al fin y al cabo eso es lo de menos.