ICONOGRAFÍA DE LA SEMANA SANTA DE AYAMONTE. Tercera parte: en la cruz enclavado. 2. Cristo de la Buena Muerte
Hay ocasiones en que una imagen de Cristo, bien por circunstancias históricas, coyunturales o de otra índole, se nos mete un poco más por los adentros, es como si estuviese revestida de un carisma especial, como el caso del Cristo de la Buena Muerte.
Pequeño, roto y solitario, durante años pregonó su muerte por las calles de Ayamonte en noches de lunes y Jueves Santo. Era una muerte solitaria, itinerante, sin más acompañamiento que la de un profundo silencio, pues ni siquiera el chirriar de los cirios lo interrumpía: las velas era de cristal rizado y funcionaba a batería. Su bandera fue la soledad.
Al salir, todavía desde el interior del templo, un grupo de jóvenes le cantábamos el Perdón. Y a partir de 1972 y gracias a la osadía cofrade de un grupo de jóvenes ayamontinos y a la una vez más generosidad de la Hermandad del Descendimiento, que cedió la imagen, el Cristo de la Buena Muerte empieza a realizar su estación de penitencia con hermandad distinta, acompañado primero de la Dolorosa del Rosario y posteriormente de Jesús Cautivo.
La misma advocación del pequeño crucificado deviene ya en contradictoria, pues sólo a la luz de la fe y de la cristología se puede entender que lo que fuera la muerte más terrible viniera a denominarse como buena, la Buena Muerte. “Y a la hora nona clamó Jesús con voz potente: Eloi, Eloi, lamá sabajzami. Marcos, 15,34”.
Quedaron atrás los años de soledad. Ahora, y ya para siempre, el Cristo de la Buena Muerte ha superado el cuarto de siglo procesionando en el seno de su nueva hermandad.
Voy a terminar este artículo de la misma manera que terminé el pregón oficial que tuve el honor de pronunciar en la Cuaresma de 2002:
“Y gracias te doy, Señor, porque este manifiesto, lo diga en este día, que aun me parece un sueño, sueño que gracias a Ti hoy lo vivo bien despierto: el de haber sido por fin un modesto pregonero, de esta mi Semana Santa, de este mi querido pueblo”.
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