AYAMONTE EN EL RECUERDO. 28. Cayetano, "El Beso de Judas"
He pedido permiso a su hijo Antonio Aguilera, el Zapatero, para escribir de este personaje absolutamente inevitable y totalmente imprescindible para entender nuestro reciente pasado, aunque se tratara de un hombre humilde, sin más título conocido que el de su apodo: el Beso de Judas.
Empecemos diciendo que Cayetano en realidad no se llamaba Cayetano, sino Arturo. Era un trabajador incansable, un excelente padre de familia y un hombre querido por todos. Pero lo que era más de destacar en su personalidad era su genuina, su natural gracia. Cayetano no contaba chistes, no contaba historias, ni siquiera contaba cosas para hacernos reir, simplemente le salían aquellos "golpes" que nos hacían reventar de risa.
"Niño, súbete al ascensor del hospital de Jabugo y bájale a esta señora aquella sandía". Esto lo decía cuando, vendiendo sandías en la puerta de la plaza, a una buena señora se le antojaba la de arriba del todo.
Cayetano, ¿qué le pasó a aquel hombre cuando estuvistes en el hospital?. "Na, que entró como una anguilla cortá a pedazo y salió nuevo", (se trataba de un señor que había sufrido múltiples lesiones con motivo de un accidente).
Durante un tiempo estuvo viviendo en Málaga con su hija. Un día que visitaba Ayamonte le preguntó el Palmero cómo era la vida en Málaga. Muchos coches, le contestó. El Palmero, para sonsacarlo le insistió, ¿tantos coches hay?. Y Cayetano a lo suyo: "mira, imagínate que estás en la calle Real, y de momento alguien suelta un jalabá de cangrejos".
Y así una y otra vez, un día y otro, toda una vida. Nosotros solíamos ir por las noches de verano al muelle a ver los alijos de los barcos del salao, pero íbamos para escuchar los golpes de Cayetano, y sólo con aquellos golpes tan graciosos hacía aquellas penosas noches de trabajo más cortas.
Un día en que no había manera de ganar una peseta por el mal tiempo, se puso las botas de aguas, se bajó al estero, y con las botas enfangadas entró en la tienda de comestibles de Fernández a pedir fiao, fingiendo así que estaba trabajando con la bajamar. Fernández sabía lo que había, pero ¿quien le negaba a Cayetano el fiao con aquella ocurrencia?.
Y así podíamos seguir, pero la cosa se haría interminable.
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