HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo I: La entrada en Jerusalén
La tradición cristiana, con base exclusiva en las fuentes evangélicas, nos presentan la entrada de Jesús de Nazaret en la ciudad santa de Jerusalén, multitudinariamente aclamado y proclamado rey de los judíos.
Sin embargo, datos históricos y una interpretación serena de dichas fuentes nos hacen pensar que quizás dicha entrada tuvo lugar muchos meses antes, o después, según se mire: durante la estación otoñal. Y que tal fenómeno triunfal sería sólo extrapolable a sus seguidores galileos, pues en Jerusalén nada se sabía de que ello fuera a ocurrir.
Algunos estudiosos –el abogado alemán Weddy Fricke entre otros- mantienen que la primera entrada, la que daría lugar a su permanencia definitiva en Jerusalén, podía haber tenido lugar durante el otoño anterior aprovechando la festividad llamada de los Tabernáculos. Estos historiadores se basan tanto en hechos naturales, como la recolección de los frutos, como en fuentes del Antiguo Testamento. A tenor del Deuterunomio, todos los varones judíos tenían el deber de visitar Jerusalén, al menos tres veces en el año: en primavera, durante la Pascua; siete semanas después, en la fiesta llamada de Las Semanas o de Otorgación de la Ley, y a comienzos del otoño, en la fiesta de los Tabernáculos, después de la recolección de los frutos y de la vendimia.
Los propios evangelistas nos hablan de ramas frutales, ramas y no retoños, y en primavera comienzan los brotes en los frutales, siendo en otoño cuando están cargados de hojas después de la recolección. Por su parte, el propio Juan nos dice : ”celebrábase entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús estaba paseando en el templo por el pórtico de Salomón (10, 22-24)”.
Una cosa resulta clara, y es que la entrada de Jesús en Jerusalén tuvo lugar durante una gran festividad judía, lógicamente elegida por el mismo nazareno.
En ese ambiente festivo y a la vez confuso y complicado, empieza a oírse unas voces, unos gritos que terminan llamando la atención de todos: un indivíduo vestido de blanco, a lomos de una asna, aparece entre la multitud, rodeado de sus incondicionales que le aclaman enfervorecidos. Nadie había previsto el acontecimiento.
Para Jesús, el acontecimiento tiene un sabor agridulce, “cuando se acercó, al contemplar la ciudad, lloró por ella” (Lucas, 19, 41-42).
El sabe que a esa misma hora el hombre de Keirot, el inquietante Judas Iscariote, ha dado vuelta a sus sentimientos y su corazón empieza a urdir un plan que a los sacerdotes judíos les va a venir como anillo al dedo.
Es el preludio de la Pasión.
Seguiremos en el próximo capítulo: Getsemaní, el Jesús más humano.
2 comentarios
delars -
Saludos.
El crítico incómodo -