HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo III: El proceso, la gran farsa
Sobre lo sucedido en casa del sumo sacerdote Caifás durante la noche del jueves hasta el amanecer del viernes en que Jesús es llevado ante Pilato se han formulado múltiples especulaciones, hasta el punto que incluso se ha llegado a dudar de la historicidad del proceso. Y no es de extrañar, porque a tal confusión nos llevan incluso los propios evangelistas: mientras Mateo nos dice que fue conducido a casa de Caifás, Juan afirma que lo fue a casa de Anás; Mateo no dice nada del número de sanedritas reunidos; Marcos afirma que estaban todos, y Lucas asegura que el proceso tiene lugar siendo de día.
Pero veamos las gravísimas irregularidades del proceso al que debemos calificar como nulo de propio derecho:
1. Se celebra de noche, cuando debían celebrarse de día.
2. La sesiones no fueron públicas ni se celebraron en el patio cuadrado del templo como mandaba la ley judía; al contrario, tuvieron lugar a puerta cerrada y en casa de Caifás.
3. Jesús fue condenado a muerte y se dictó sentencia enseguida. La ley exigía que para las sentencias condenatorias había que esperar al día siguiente. No se redactó por escrito pues ante Pilato los sacerdotes sanedritas informan al procurador "in voce".
4. Los hechos son presentados por el propio Caifás, cuando tenían que ser puestos de manifiesto a través de denuncia.
5. Ninguna de las acusaciones (mago, violador del sábado, falso profeta, y sobre todo, blasfemia) prosperan ni aun con la comparecencia de testigos falsos.
6. Caifás se rasga las vestiduras, señal inequívoca de que el reo ha blasfemado, lo que no ocurre pues Jesús nunca pronuncia el nombre de Dios, requisito "sine qua non" para que aquella se consume.
Lo que sucede después ante Pilato es más claro y más simple. De todos es sabido que los sacerdotes ponen al procurador entre la espada y la pared amenazándole con decir al César que Jesús no respetaba sus leyes. En principio Pilato no está por la labor de la condena.
Pilato era más político que militar y su presencia en Judea tenía más de destierro que de destino. Odiaba a los sanedritas a la vez que les temía.
En la mañana del viernes interroga a Jesús y la conclusión que saca es que es inocente de los cargos que se le imputan, sin entrar siquiera a enjuiciar los de tipo religiosos, que no le importan en absoluto.
Siente alivio al saber que Jesús era galileo y se apresura a quitárselo de enmedio remitiéndolo a Herodes. Y es ante Herodes donde Jesús se revela e incluso se violenta porque como ser humano no puede olvidar que su juzgador es el criminal que ha mandado asesinar a Juan el Bautista.
De vuelta a Pilato los sanedritas intimidan al Procurador con la cuestión política y ni siquiera el recurso de la flagelación dá resultado. Es entonces cuando tiene lugar un hecho admitido históricamente por la Iglesia pero de dudosa credibilidad: cuando los judíos gritan aquello de "caiga su sangre sobre nosotros y nuetros hijos". Los judíos, tan escrupulosos con el cumplimiento de la ley y la literalidad de los textos sagrados, olvidan pronto lo que afirma el Deuterunomio 24-24: "no se hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que cada uno morirá por su pecado". Por su parte, en Ezequiel 18,20 se puede leer: "el alma que pecare, esa morirá; no pagará el hijo la maldad de su padre ni el padre la maldad de su hijo; la justicia del justo sobre él recaerá, y la impiedad del impío sobre el impío caerá".
Con todo lo dicho, no nos queda ya más que afirmar lo siguiente: la responsabilidad de lo acaecido con Jesús de Nazaret, su juicio, su pasión y su muerte, es exclusiva responsabilidad de una parte, de las autoridades judías que veían perder su hegemonía ante el pueblo, y por otra, del procurador romano, que no obró ni conforme a la ley ni siquiera a su propia conciencia, que siempre le dictó tomar la determinación contraria a la tomada.
Por su parte, y de momento, a Jesús de Nazaret se le plantea la hazaña de, después de sufrir una terrible flagelación, llegar vivo al monte Calvario, para lo cual habría de recorrer, cargando la cruz, novecientos metros interminables. Lo veremos en el próximo capítulo.
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