AYAMONTE EN EL RECUERDO. 31. Los carrillos de las chucherías
Qué fácil resulta en nuestros días acercarse a uno de los quioscos del Paseo y pedir lo que quieras porque tienen de todo, desde la prensa diaria, a revistas, coleccionables, pilas, incluso artículos de regalos tipo billeteros, carteras, relojes, etc. Y claro está, chucherías en abundancia.
Antiguamente no era así y las chucherías las adquiríamos en puestos ambulantes que aquí denominamos carrillos, los carrillos de las chucherías. Existían varios que vamos a describir lo que mejor que podamos en atención a los blogueros jóvenes porque los otros ya sabemos como eran.
El más grande de todos los carrillos de chucherías era el de Carmelo, se situaba en la calle General Mola (Trajano) frente a un bar llamado Los Gabrieles pero que nunca se le nombró así, sino como Casa Cortada. A pie de Carrillo comía Carmelo y desde el amanecer hasta bien entrada la noche no se apartaba de su lado. Aparte de las chucherías, entre las que destacaban los pirulís, vendía gran cantidad de tabaco, levantaba la tapa del carrillo y parecía un almacén de Tabacalera. Pero Carmelo no se quedaba en sitio fijo sino que se trasladaba con su pesado carrillo hasta la plaza de toros o el campo de fútbol.
Por su parte, el carrillo de seña Antonia quizás fuese el más popular. Las pipas, los cigarros de matalauva, la algarroba molida, en fin, todo un surtido. Despachaba al puñao, entonces nada de bolsitas y nos llevábamos el puñao de pipas en las manos para irlas comiendo sobre la marcha.
El más ordenado de todos era el señor Paciencia, modelo de esteta, de educación, de orden. Todo lo tenía en cajitas con sus tapas y antes de abrir una cuidaba de cerrar la anterior. Su especialidad, el tabaco, y en cuanto a chucherías destacaban los famosos caramelos San José.
Destartalado, desordenado y atípico, el carrillo de Chipirripi, para decirles que vendía membrillos y granás. Le duraba poco el dinero de la venta pues sus viajes a casa de la viuda del alpende a tomarse un vaso de vino eran frecuentes.
Después de jubilarse, un policía local llamado Luis, suegro de mi amigo Juan Cortada, vendió también chucherías y tabaco en un pequeño carrillo frente al Cardenio. Había otro carrillo de esporádicas salidas, el de Luis el de la Peiná, y por supuestos los carros de Pedro el de los helaos y el de Banego, pero no eran de chucherías y ya los trataremos en capítulo aparte.
3 comentarios
Calixto -
locar -
jmrguezma -
Un abrazo y continua pues nos haces las delicias de los que vivimos los años de tus relatos y tambien de los que no los vivieron.