AYAMONTE EN EL RECUERDO. El inolvidable entierro de don Antonio Massoni Jesús
Nos encontramos de lleno en la Primavera de 1958, concretamente es el 9 de mayo. Como por ensueño, parece que la vida misma se hubiese parado. Nadie osa sintonizar una emisora de radio que emita música; la mayoría de los barcos han dejado de salir a la mar y permanecen amarrados a puerto; el Guadiana se ha quedado quieto sin que tal quietud coincida con la bajamar ni con la pleamar, es una quietud buscada para no quebrar el impresionante silencio reinante; los corazones de los ayamontinos laten má rápido de lo normal, es un latido de congoja, de desazón, de desconsuelo, el latido que pregona el gran trauma que origina una pédida irreparable. Todo resulta imposible para calmar el dolor de un pueblo que oye doblar a difuntos de una forma especial, como nunca había oído antes y como nunca volvería a oir.
Un ser humano puede ser querido por muchos, o por casi todos, pero no es normal que lo sea por todos. Aquel inolvidable día un ayamontino, a la manera del Cid, ganó con su muerte una batalla especial: conseguir que todos los que le conocieron y trataron le llorasen. Siempre la fraternidad presente en su vida, fraternidad que alcanzaba su cénit cuando se trataba de ayudar a los necesitados: "paga primero en la tienda y cuando puedas pasas por aquí, que a mí no me corre prisa", era quizás su frase más repetidas, que a veces iba acompañada del gesto de dejar debajo de la receta un billete de dos pesetas para que aquel pobre pudiese comprar algo para comer ese día.
Su entierro fue una apoteosis de lo plebeyo. Cuando el féretro alcanzaba la cota del Arrecife, y más aun, cuando los primeros dolientes regresaban del camposanto aun seguían subiendo gentes por la calle Felipe Hidalgo. Ni los más viejos del lugar recordaban semejante manifestación popular. Era una masa humana abigarrada, todos cabían en su hetereogéneo contenido: viejos y jóvenes; adocenados y atildados de pacotilla; hombres mayores con traje y corbata; marineros de azul marino de pañería Rogado, con gorras y boínas en las manos; campesinos vestidos de pana; pintores de brocha gorda; mecánicos y carpinteros; chóferes y ayudantes; bancarios y mendigos; niños güilis de pelo engominado con fijador de droguería el Canario; rondines y contrabandistas; herradores, barberos, camareros; ateos y creyentes; piñoneros y caleros; mordicantes silenciosos y mojarrillas reprimidos; prestamistas y diteros; rifadores sin rifar y loteros sin billetes; comerciantes de lo clásico y chamarilleros de ocasión; niños correteando arriba y abajo... y mujeres a las puertas, con delantales y rulos, y monjiles rosario en mano reflejando en sus rostros una pena húmeda y un hipo contenido en sus acelerados corazones.
Todo parecía una pesadilla hasta que el último responso volvió a la ingente masa a la realidad. Aquel 9 de mayo de 1958, Ayamonte entero acompañó en su último viaje a quien con toda seguridad ha sido el ayamontino más querido y recordado, el predilecto de sus hijos: el farmacéutico don Antonio Massoni Jesús.
IN MEMORIAN
La ciudad fronteriza ayamontina, pasa en estos momentos por el trance dolorosísimo de ver desaparecer para siempre a uno de sus hijos predilectos, al genuino representante de la caballerosidad, al ejemplo sublime del padre de familia, al fiel y querido esposo que anteponía su hogar a todo cuanto en la vida pudiera atraerle, al “paño” de lágrimas de todos, pues las benditas puertas de su Farmacia, jamás en la vida se cerraron para nadie; al consejero sensato, que en todo momento reflejaba sus vastos conocimientos de su digna profesión, extendiendo su campo de acción a la realización de análisis clínicos; al hombre que siempre y a todas horas estaba dispuesto al cumplimiento de su deber, fuera y dentro de su Farmacia y para el que la llamada telefónica a deshoras de la noche, no le incumbía ningún contratiempo; al deportista a quien Ayamonte debe el reciente prestigio y auge del fútbol ayamontino, al que consagró muchas horas de intenso estudio y hasta gastos excesivos de su peculio particular; al hombre que todo era amabilidad, educación, corrección y simpatías. En una palabra, Ayamonte ha perdido al hijo más querido en todo el ámbito social, al verdadero Hijo Predilecto de Ayamonte, al gran caballero DON ANTONIO MASSONI JESÚS, a quién Ayamonte entero llora en estos momentos, rindiendo fiel tributo de leal amistad, cariño y gratitud, con sus puras y sentidas lágrimas, al que todos le debemos mucho y bueno. La gratitud perenne del pueblo que le vió nacer, quedaría bien reflejada y con suficientes méritos para ello, si una de sus calles se viese honrada con el nombre de tan bienhechor hijo.
La muerte con su repugnante guadaña y sus temibles ataques de sorpresa, con la faz horripilante de su esfinge macabra, ayer sorprendió inesperadamente al buenísimo de DON ANTONIO y cuando las fatídicas manecillas del reloj marcaban las seis y veinte minutos de la tarde, segó esa preciosa vida del más modesto, más caballero, más querido y más caritativo de todos los ayamontinos. La noticia como la pólvora, corrió por todos los ámbitos de la ciudad, lanzándose el vecindario a la calle, comentando tan sensible e irreparable pérdida.
Los hogares, la vía pública, el café, el bar, los lugares de trabajo, los hombres y mujeres, el joven y el anciano, fueron verdaderos focos de comentarios dolorosos por la pérdida de un ser tan querido, poniendo colofón emocionante a éste profundo pesar, los niños, esas almas angelicales que son los verdaderos heraldos que justifican la bondad de un ser. A esas almas angelicales é infantiles, también habían llegado las fragancias dulcísimos de las excelentes cualidades y virtudes que adornaban al tan querido, popular y bendecido DON ANTONIO.
Yo en mi escuela, he comprobado en la mañana de hoy, ese sentido y verdadero dolor de los niños, y tanto me han emocionado, que las lágrimas han asomado a mis ojos, a impulsos de los que, al igual que Jesús, eran su predilección.
Cuantas y cuantas veces he sido testigo de ése cariño suyo hacia los pequeños, viendo como los cogia por el brazo y los entraba gratis en el campo de fútbol; cuantas y cuantas veces, en plena calle o en el extrarradio de la ciudad, há frenado sus acelerados pasos, para contemplarlos jugando al fútbol, cuantas y cuantas veces ha contenido a los porteros y servidores del club, para evitar la expulsión de algún chaval que ha “pagado gratis su entrada”, saltando las tapias del estadio….
Ha sido el pobre, el necesitado, el que ha acudido infinidad de veces bien a la Farmacia o a su domicilio particular, con ansias locas y hasta desesperante, para que le solucionase sus problemas medicinales, amparándose en la bondad y la caridad extremas del santo DON ANTONIO; ha sido la madre o el padre del niño, quien ha acudido múltiples veces para solicitarle un consejo, un remedio, a la enfermedad del hijito… há sido el empleado, el comerciante, el industrial, el rico, quienes en contables momentos también ha encaminado sus pasos a la FARMACIA DE MASSONI, ávidos de un remedio orientador del curso de una enfermedad o el resultado de un análisis. Para él no había distinción de clases ni período de jornada de trabajo. Era afable con todos, y jamás la pereza y la desidia reinó en su corazón, ya que tenía un concepto elevadísimo del cumplimiento del deber, excediéndose en ellos, hasta el extremo de que repito que todos le debemos gratitud.
El nicho, mi queridísimo amigo, recogerá tu cuerpo, cesando allí para siempre ese dinamismo que tanto te ha caracterizado. Pero tu alma, saturada de obras caritativas y de pureza de acción, estoy seguro de que en estos momentos estará gozando de la bienaventuranza eterna, pues la santidad tiene diversas manifestaciones y son también varios y diversos los senderos para alcanzarla. El elegido por tí ha sido sublime y el que más embellece a un alma, cuando en ella anida, como águila imperial, ésa hermosa virtud de la caridad. Nuestras lágrimas, brotarán de los ojos, como tributo perenne al siempre llorado amigo, que un fatídico 8 de mayo arrancó para siempre de nuestro lado, aún cuando espiritualmente siempre viva en cuantos te trataron y conocieron.
Que los cinco sentidos besos que anoche deposité en tu ya fría frente, sean cinco ofrendas que en el holocausto momento de tu rápido fallecimiento he querido ofrendarte: oración, recuerdo perenne, gratitud reconocida, afecto entrañable y pesar de no haber poseído como tú, las ajemplarísimas y valiosas virtudes que en vida siempre te adornaron.
Ayamonte, 9 de mayo de 1958
Arturo Puntas Vela
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