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Historia de La Pasión

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo VI. La lanzada, comprobación de la muerte.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo VI. La lanzada, comprobación de la muerte.

Que de todo lo que atañe a la figura de Jesús de Nazaret se puede sacar punta, es obvio, se ha llegado incluso a negar su propia existencia. El momento de la muerte no podía ser menos y hoy vamos a estudiar  algunas de las distintas opciones y opiniones que al respecto han quedado escritas en los libros de investigación. Veamos primero cuándo se produce la muerte de Jesús desde el punto de vista temporal, para después analizarlo desde el punto de vista circunstancial.

El Evangelio de San Mateo recoge el momento de la muerte de forma tenebrosa. Ya sabemos que escribe en metáfora, al estilo de los textos del Antiguo Testamento. Pero una de las circunstancias de las que describe al parecer sí ocurrió: la repentina  y total oscuridad reinante durante unos minutos después de expirar el Nazareno.

Existen registrados datos astronómicos que demuestran que el día 3 de abril del año 33 tuvo lugar un eclipse lunar que comenzó a las 17 horas y 44 minutos, antes incluso de que hubiese salido la luna y duró hasta las 18 horas, de tal modo que la oscuridad empezó a manifestarse antes de la aparición de la luna, como hemos dicho antes, lo que explica lo asombroso de dicha oscuridad aparentemente sin motivo. Dado que este dato está comprobado y que en ningún otro viernes entre los años 29 a 33, años de la vida pública de Jesús, se produjo fenómeno atmosférico alguno de idéntica naturaleza, es lo que llevó al escritor cristiano Juan Malalas, en el siglo V, al establecer la muerte de Jesús como ocurrida el 3 de abril del año 33.

Otro dato que refuerza esta fecha es el relativo al reinado del emperador Tiberio, desde el 17 de septiembre del 14; el séptimo mes del año decimonono estaría comprendido entre el 17 de marzo y el 16 de abril. Históricamente está admitido que Jesús fue crucificado durante el referido reinado, concretamente en el séptimo mes del año decimonono, que comprende las fechas dichas, y dentro de ese abanico de días, sólo nos queda un viernes en que se produjo un eclipse lunar, y ese viernes no fue otro que el 3 de abril del año 33, conocido ya para siempre como Viernes Santo.

Mas por otros caminos también se ha especulado acerca de la hora, es decir, del momento exacto. El historiador Robert Graves nos lo resume así: según el punto de vista oficial judío, en el momento de ser izado en la cruz, porque en ese momento había dejado de ser miembro de la congregación de Israel, por ser "un gusano desnudo, ya no más un hombre"; según la muchedumbre, después de proferir el grito de la novena hora, que coincidía exactamente con el momento en que los carniceros levitas iniciaban la matanza, y para los romanos, en el momento que le clavaron la pica, por la sangre que no fluye de un cuerpo muerto. Y aquí radica el meollo de este capítulo. Y la pregunta surge sin  solución de continuidad: ¿puede o no sangrar un cuerpo muerto?.

Tanto los Evangelios como el parecer romano apuntado establecen que Jesús estaba muerto cuando Longinos atravesó su costado con la lanza. Esta conclusión, para el tiempo histórico que analizamos, resultaba a todas luces lógica, pero hoy, con el espectacular avance de la Medicina y concretamente de la forense, ello resulta inadmisible.

Cuando escribí mi libro Ayamonte en Semana Santa, recurrí a la opinión, a la información de la Medicina forense, y a través de la doctora Maite Pardo, por entonces ejerciente en el Hospital Virgen Macarena, me llegó la siguiente información: hasta pasadas veinticuatro horas de la muerte un cuerpo puede sangrar, máxime si recibe una agresión del tipo de la que sufrió Jesús de Nazaret en la cruz. Y ahí nos quedamos, amparados en la ciencia, que también se equivoca, pero infinitamente menos que los especuladores, para terminar diciendo que la lanzada no produjo la muerte a Jesús, que éste había ya fallecido con anterioridad, y que ello tuvo lugar precisamente para que se cumpliesen las escrituras: mirarán al que atravesaron.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo V. La crucifixión, una muerte anunciada

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo V. La crucifixión, una muerte anunciada

Vamos primero a situarnos en el lugar de los hechos. El monte Calvario estaba situado extramuros de Jerusalén, hoy forma parte del interior de la ciudad. Era la parte más baja de la colina del Gareb; no era una colina uniforme pues a lo largo de ella existían altibajos; así,  como quince metros por encima del Gólgota, al noroeste y a una distincia que bien podía llegar a doscientos metros, se encontraba uno de los huertos que existían en dicha colina, propiedad de José de Arimatea, donde finalmente fue sepultado Jesús.

En esta ocasión, y no resulta nada extraño aunque aparentemente lo parezca, los evangelistas coinciden en la narración del suceso. Yo creo que se debe a que todos escriben de oídas, incluso Mateo, llamado testigo presencial, pues en aquellos momentos todos habían huído despavoridos a excepción del apóstol Juan.

Sin embargo, de la crucifixión en sí, como forma de ejecución de la pena de muerte, sí podemos hablar con propiedad, al tratarse de un hecho muy repetido en el tiempo de que se trata, de ahí que el experto en Historia de la Antigüedad,  Roberts Graves nos describa el fatídico momento de esta manera:"luego hicieron que cada reo, por turno, se echara de espaldas cerca de su travesaño horizontal. Este se ponía debajo de la cabeza, y se ataban con finas ramitas de mimbre  los brazos del hombre al madero. Las manos quedaban aseguradas mediante un largo clavo martillado a través de la palma, para que no fuera posible librarse; luego, con sogas y una polea de alzaban hombre y madero hasta que el travesaño encajaba en el rebajo preparado en el poste vertical, donde se ajustaba con pernas".

Dentro del largo proceso que vá desde la crucifixión hasta la lanzada de Longinos que trataremos en el siguiente capítulo, varias cosas son de destacar, prescindiendo aquí de las conocidas Siete Palabras para no cansar el lector y tratarse de un asunto de sobras conocido.

Reconozco que soy un crítico de los evangelistas en determinadas cuestiones, y una de ellas es insistir en que los dos que son cruficados con Jesús son delincuentes comunes (Lucas pone en boca de Dimas aquello de "nosotros estamos recibiendo lo merecido por nuestras fechorías"), cuando en realidad casi todos los estudiosos dan por sentado que se trataba de dos guerrilleros de Barrabás o de Judas el Celote, que pretendían la liberación de Judea del yugo romano. Con esas afirmaciones no hacen más que perjudicar la figura de Jesús, pues da la impresión de que se trata de otro delincuente, cuando en realidad también es condenado por razones políticas y no delictivas.

No tenemos más que recordar las palabras del otro crucificado, el llamado mal ladrón, Gestas: "¿no eres tú el Cristo?". Es evidente que este reproche no lo realiza Gestas como mero ladrón. Observemos que lo llama Cristo, el Hijo de Dios, al que todos esperaban como libertador del pueblo judío. Es decir, Gestas, que había luchado por liberar a su pueblo, reprocha la pasividad de quien a la vez es proclamado por los suyos como rey de los judíos e Hijo del Altísimo.

Nos queda una cuestión muy discutida, aunque poco relevante en relación con el hecho principal: tratar de determinar la hora exacta de la muerte; pero antes tenemos que comprobar en qué momento del sacrificio tiene lugar, ¿antes o después de la lanzada?. Lo veremos en el siguiente capítulo.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo IV. La Vía Dolorosa (novecientos metros interminables)

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo IV. La Vía Dolorosa (novecientos metros interminables)

Una vez juzgado, Jesús no es definitivamente condenado por Pilato, sino más bien entregado a los sacerdotes judíos para que lo ejecuten. No dicta pues sentencia de muerte contra Jesús, es decir, lo que hace es aun peor: acordar una ejecución sin sentencia previa.

Jesús había sido interrogado en la Fortaleza o Torre Antonia, que fuera construída por Herodes el Grande en homenaje al general romano Marco Antonio, y desde allí hasta el monte Calvario hyabía casi un kilómetro, aproximadamente novecientos metros.

Dos personajes llaman la atención en este penoso recorrido. Y una circunstancia muy curiosa que analizaremos.

Por un lado, Simón de Cirene, que es obligado a llevar el travesaño de la cruz cuando Jesús ya no puede con ella y se hace necesario esta ayuda puesto que legalmente los reos tenían que llegar vivos al patíbulo. Era padre de dos discípulos de Jesús, Alejandro y Rufo, por lo que es dudoso pensar que andaba allí por casualidad como se afirma en los Evangelios. Los evangelistas, que normalmente no se ponen del todo de acuerdo en el relato de la vida de Jesús, tampoco lo hacen ahora pués Marco afirma que el tal Simón ayudó a llevar la cruz cuando Jesús salía cargado con ella, lo que no es cierto, ya que dicha situación se da más adelante.

Lo del incidente de la mujer Verónica, procede de una leyenda del siglo VI, aunque bien entendida la situación, nada tiene de extraño que una piadosa mujer, se llamase como se llamase, lograse llegar hasta Jesús para limpiarle el sudor. Si el rostro del Señor quedó o no grabado en el lienzo y menos en la forma que se nos presenta en la tradición pictórica, es más que dudoso, pero debemos admitir de que se trata de una bella y creíble leyenda.

Lo que no cuadra mucho es la afirmación de la liturgia cuaresmal del Vía Crucis, que nos habla de las tres caídas sufridas por Jesús camino del Calvario. Vamos a situarnos serenamente en los hechos y en las circunstancias: un hombre, que ha sido terriblemente flagelado, es obligado a llevar un pesado madero sobre sus espaldas, que ha de llevar a lo largo de una vía de piedra cuesta arriba. ¿Cabe pensar que sólo fueron tres las caídas?. Yo creo que fueron múltiples, hasta el punto de que el centurión encargado de la conducción cree necesaria la ayuda de Simón de Cirene porque de lo contrario el reo se le va de las manos, y legalmente tenía que llegar vivo al Calvario para ser crucificado y morir precisamente en la cruz.

De la crucifixión precisamente hablaremos en el próximo capítulo.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo III: El proceso, la gran farsa

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo III: El proceso, la gran farsa

Sobre lo sucedido en casa del sumo sacerdote Caifás durante la noche del jueves hasta el amanecer del viernes en que Jesús es llevado ante Pilato se han formulado múltiples especulaciones, hasta el punto que incluso se ha llegado a dudar de la historicidad del proceso. Y no es de extrañar, porque a tal confusión nos llevan incluso los propios evangelistas: mientras Mateo nos dice que fue conducido a casa de Caifás, Juan afirma que lo fue a casa de Anás; Mateo no dice nada del número de sanedritas reunidos; Marcos afirma que estaban todos, y Lucas asegura que el proceso tiene lugar siendo de día.

Pero veamos las gravísimas irregularidades del proceso al que debemos calificar como nulo de propio derecho:

1. Se celebra de noche, cuando debían celebrarse de día.  

2. La sesiones no fueron públicas ni se celebraron en el patio cuadrado del templo como mandaba la ley judía; al contrario, tuvieron lugar a puerta cerrada y en casa de Caifás.

3. Jesús fue condenado a muerte y se dictó sentencia enseguida. La ley exigía que para las sentencias condenatorias había que esperar al día siguiente. No se redactó por escrito pues ante Pilato los sacerdotes sanedritas informan al procurador "in voce".

4. Los hechos son presentados por el propio Caifás, cuando tenían que ser puestos de manifiesto  a través de denuncia.

5. Ninguna de las acusaciones (mago, violador del sábado, falso profeta, y sobre todo, blasfemia) prosperan ni aun con la comparecencia de testigos falsos.

6. Caifás se rasga las vestiduras, señal inequívoca de que el reo ha blasfemado, lo que no ocurre pues Jesús nunca pronuncia el nombre de Dios, requisito "sine qua non" para que aquella se consume.

Lo que sucede después ante Pilato es más claro y más simple. De todos es sabido que los sacerdotes ponen al procurador entre la espada y la pared amenazándole con decir al César que Jesús no respetaba sus leyes. En principio Pilato no está por la labor de la condena.

Pilato era más político que militar y su presencia en Judea tenía más de destierro que de destino. Odiaba a los sanedritas a la vez que les temía.

En la mañana del viernes interroga a Jesús y la conclusión que saca es que es inocente de los cargos que se le imputan, sin entrar siquiera a enjuiciar los de tipo religiosos, que no le importan en absoluto.

Siente alivio al saber que Jesús era galileo y se apresura a quitárselo de enmedio remitiéndolo a Herodes. Y es ante Herodes donde Jesús se revela e incluso se violenta porque como ser humano no puede olvidar que su juzgador es el criminal que ha mandado asesinar a Juan el Bautista.

De vuelta a Pilato los sanedritas intimidan al Procurador con la cuestión política y ni siquiera el recurso de la flagelación dá resultado. Es entonces cuando tiene lugar un hecho admitido históricamente por la Iglesia pero de dudosa credibilidad: cuando los judíos gritan aquello de "caiga su sangre sobre nosotros y nuetros hijos". Los judíos, tan escrupulosos con el cumplimiento de la ley y la literalidad de los textos sagrados, olvidan pronto lo que afirma el Deuterunomio 24-24: "no se hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que cada uno morirá por su pecado". Por su parte, en Ezequiel 18,20 se puede leer: "el alma que pecare, esa morirá; no pagará el hijo la maldad de su padre ni el padre la maldad de su hijo; la justicia del justo sobre él recaerá, y la impiedad del impío sobre el impío caerá".

Con todo lo dicho, no nos queda ya más que afirmar lo siguiente: la responsabilidad de lo acaecido con Jesús de Nazaret, su juicio, su pasión y su muerte, es exclusiva responsabilidad de una parte, de las autoridades judías que veían perder su hegemonía ante el pueblo, y por otra, del procurador romano, que no obró ni conforme a  la ley ni siquiera a su propia conciencia, que siempre le dictó tomar la determinación contraria a la tomada.

Por su parte, y de momento, a Jesús de Nazaret se le plantea la hazaña de,  después de sufrir una terrible flagelación, llegar vivo al monte Calvario, para lo cual habría de recorrer, cargando la cruz, novecientos metros interminables. Lo veremos en el próximo capítulo.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo II: Getsemaní, el Jesús más humano

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo II: Getsemaní, el Jesús más humano


 En este segundo capítulo entramos ya de lleno en la Pasión propiamente dicha, que comienza precisamente con el prendimiento de Jesús de Nazaret en el monte de los Olivos o huerto de Getsemaní. En realidad se trata del mismo lugar, lo que ocurre es que Getsemaní forma parte del total del entorno, es decir, del monte; estaba situado al pie del mismo, donde existía un molino de aceite, de ahí su nombre.

El suceso de Getsemaní es de los más confusos de todo el relato pasional, ni los evangelistas se ponen de acuerdo. Se llega a afirmar que la detención es realizada por una cohorte del Sanedrín cuando los judíos no contaban con esta unidad militar ni siquiera podían portar armas, sólo palos. La cohorte era una unidad militar, como queda dicho, un cuerpo de infantería, equivalente a la décima parte de una legión; comprendía de tres a seis manípulos, o sea, un conjunto de quinientos o seiscientos hombres. Yo creo que resulta exagerado que para detener a un hombre o como mucho a doce, hombres pacíficos, se emplee tal cantidad de soldados.  Mas bien habría de pensarse en una centuria o un manípulo que acompañara a los sacerdotes judíos hasta el Monte de los Olivos.

Aparte del indescriptible sufrimiento de Jesús, que dejaremos para el final del capítulo, lo más llamativo del suceso es la controvertida participación de Judas Iscariote. ¿Fue un traidor, un “cómplice de Dios en el llamado por algunos autores como “Complot de Pascua” referido a la Pasión, un desengañado de sí mismo…?. A tres posibilidades aluden los investigadores, a saber:

La traición de Judas formaba parte del proyecto salvífico divino y por lo tanto, nada podía hacer, pues de lo contrario habría que pensar que estaba capacitado para trastocar los planes de Dios.

Jesús lo sabía de antemano y no lo impidió, mas bien al contrario, da la impresión de que anima a Judas: “lo que hayas de hacer, hazlo pronto”.

Judas no fue el ejecutor de la voluntad de Dios, sino que fue presa de su propia bajeza.

Me inclino por la tercera posibilidad. En realidad, Judas esperaba un triunfo militar después de un levantamiento encabezado por Jesús y no el anuncio de un reino intangible.

Lo que no está claro es que fuese un traidor, como ha sido señalado a lo largo de los tiempos. Y ello por la siguiente razón: la traición por su propia naturaleza, requiere el ingrediente de la alevosía, que consiste en privar a la víctima de cualquier posibilidad de defensa, lo que no ocurre en el caso puesto que Jesús sabía que Judas lo entregaría.

Aun después de muerto también se especuló sobre las circunstancias de su fallecimiento. En los Evangelios se dice que se ahorcó, y en la encíclica de San Pedro este afirma que sufrió una caída en el huerto que compró con las monedas recibidas y se reventó las entrañas.

Para finalizar el capítulo, detengámonos en lo más importante: el gran sufrimiento de Jesús. Y para ello, me quito de en medio y les dejo con las palabras del gran Mauriac:

“Tiene miedo, y es bueno que haya conocido el miedo. Retira de su frente una mano húmeda. ¿De dónde mana aquella sangre?. La súplica se hiela en sus labios; se escucha. La materia aplasta a Cristo. El Creador se  ha retirado y la creación no es más que un fondo de mar estéril; los astros muertos jalonan los espacios  infinitos. En las tinieblas se oyen gritos de bestias devoradoras”.

Ya lo llevan prendido a presencia de sus juzgadores. La gran farsa, el juicio más increíble de la Historia está a punto de comenzar.

En el próximo capítulo lo veremos: El proceso, la gran farsa.

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo I: La entrada en Jerusalén

HISTORIA DE LA PASIÓN. Capítulo I: La entrada en Jerusalén

La tradición cristiana, con base exclusiva en las fuentes evangélicas, nos presentan la entrada de Jesús de Nazaret en la ciudad santa de Jerusalén, multitudinariamente aclamado y proclamado rey de los judíos.

Sin embargo, datos históricos y una interpretación serena de dichas fuentes nos hacen pensar que quizás dicha entrada tuvo lugar muchos meses antes, o después, según se mire: durante la estación otoñal. Y que tal fenómeno triunfal sería sólo extrapolable a sus seguidores galileos, pues en Jerusalén nada se sabía de que ello fuera a ocurrir.

Algunos estudiosos –el abogado alemán Weddy Fricke entre otros- mantienen que la primera entrada, la que daría lugar a su permanencia definitiva en Jerusalén, podía haber tenido lugar durante el otoño anterior aprovechando la festividad llamada de los Tabernáculos. Estos historiadores se basan tanto en hechos naturales, como la recolección de los frutos, como en fuentes del Antiguo Testamento. A tenor del Deuterunomio, todos los varones judíos tenían el deber de visitar Jerusalén, al menos tres veces en el año: en primavera, durante la Pascua; siete semanas después, en la fiesta llamada de Las Semanas o de Otorgación de la Ley, y a comienzos del otoño, en la fiesta de los Tabernáculos, después de la recolección de los frutos y de la vendimia.

Los propios evangelistas nos hablan de ramas frutales, ramas y no retoños, y en primavera comienzan los brotes en los frutales, siendo en otoño cuando están cargados de hojas después de la recolección. Por su parte, el propio Juan nos dice : ”celebrábase entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús estaba paseando en el templo por el pórtico de Salomón (10, 22-24)”.

Una cosa resulta clara, y es que la entrada de Jesús en Jerusalén tuvo lugar durante una gran festividad judía, lógicamente elegida por el mismo nazareno.

En ese ambiente festivo y a la vez confuso y complicado, empieza a oírse unas voces, unos gritos que terminan llamando la atención de todos: un indivíduo vestido de blanco, a lomos de una asna, aparece entre la multitud, rodeado de sus incondicionales que le aclaman enfervorecidos. Nadie había previsto el acontecimiento.

Para Jesús, el acontecimiento tiene un sabor agridulce, “cuando se acercó, al contemplar la ciudad, lloró por ella” (Lucas, 19, 41-42).

El sabe que a esa misma hora el hombre de Keirot, el inquietante Judas Iscariote, ha dado vuelta a sus sentimientos y su corazón empieza a urdir un plan que a los sacerdotes judíos les va a venir como anillo al dedo.

Es el preludio de la Pasión.

Seguiremos en el próximo capítulo: Getsemaní, el Jesús más humano.