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Mojarra Fina: El Blog de la Mojarra Fina Ayamontina

ANECDOTARIO AYAMONTINO. De cuando Enrique el Locero se peló a rape por una buena obra

ANECDOTARIO AYAMONTINO. De cuando Enrique el Locero se peló a rape por una buena obra

Hubo un ayamontino llamado Prudencio Gutiérrez Pallares, cronista de la ciudad en unión de Manolo Feria Sousa, el Tejaíto, que un día soñó con erradicar el asentamiento de las chozas existente en la parte más oriental el barrio del Peñón, al final de la calle Olivo.

Para ello, aprovechando las ondas de la desaparecida Radio Juventud de Ayamonte, montó una campaña a la que llamó con el atractivo nombre de "La Hermandad del Ladrillo". El ladrillo siempre ha sido el símbolo inequívoco de la construcción, y precisamente lo que pretendía don Pruden era no sólo erradicar el chabolismo, sino construir en la meseta del Arrecife un grupo de viviendas para aquellas gentes que vívieron durante muchos años al límite: sin agua corriente, sin alcantarillado, sin luz y soportando las aguas de lluvia que se colaban por entre las chapas de las chozas.

Lo consiguió, a base de constancia y la colaboración general. Pero hubo un momento en aquel largo programa nocturno que destacó sobre todos. Fue cuando un ayamontino llamado Saturnino González Navarro, que regentaba un bar en la calle Capitán Cortés, llamó a la emisora ofreciendo una considerable cantidad de dinero siempre que Enrique Rodríguez, el Locero, se pelara a rape, es decir, al cero. Ni que decir tiene que el gran Enrique el Locero aceptó el reto y así se abrió una puja entre los que querían el pelado y los que nó. Yo creo que en realidad todos lo querían, porque dicho sea de paso, ver una cabeza como la del bueno de Enrique pelada al cero tendría que resultar todo un espectáculo, lo que ocurre es que se pujaba al sí y al nó para que se reuniera más dinero.

Ni que decir tiene que ganó el sí, y en la callejita que va de la calle Real a Cervantes, donde Celedonio Martín Montes etaba establecido como barbero, se vivió un espectáculo inolvidable, la gente pasaba continuamente para ver como los pelos de Enrique el Locero iban cayendo de su cabeza. Enrique era, además de bueno, simpático sobremanera y según me recuerda su hijo Enrique, el Nene, el pelo estuvo expuesto en el escaparate de la tienda donde Enrique vendía la loza y hoy su hijo vende moda, durante mucho tiemnpo, cogido por dentro con un fiso.

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